Por: Leo Zuckermann.
Twitter: @leozuckermann
En el caso de la
política democrática, el poder se conquista por los méritos de un candidato al
ganarse la confianza de la mayoría del electorado
Regreso
de vacaciones y me encuentro que una de las noticias más importantes fue un
acto privado: la boda de César Yáñez con Dulce María Silva. Reivindico el
derecho que tiene el eterno colaborador de López Obrador de casarse como se le
pegue la gana mientras él, su esposa o familia pague la lujosa boda. Si a sus
invitados quiere servirles langosta o tacos de canasta es muy su problema. Sin
embargo, creo que Yáñez sí cometió un error: presumir su fiesta en la revista
¡Hola!
Los
lectores frecuentes de esta columna saben que su autor detesta este tipo de
publicaciones. Siempre las he criticado y lo seguiré haciendo.
Hace
seis años, recién había tomado posesión Enrique Peña Nieto, otra revista de
este género, Quién, le dedicó su artículo principal a la hija del Presidente.
Se decía que Paulina era una adolescente que estaba acaparando “los reflectores
con su fuerte presencia y tremendo potencial”. En ese momento escribí un texto
criticando esta publicación. Con los mismos argumentos, seis años después,
juzgo la decisión de Yáñez de publicar los detalles de su boda en ¡Hola!
Este
tipo de publicaciones no se ven nada bien en un régimen republicano como el
nuestro. Aquí se supone que creemos en la meritocracia: que las cosas se ganan
por las capacidades de un individuo. En el caso de la política democrática, el
poder se conquista por los méritos de un candidato al ganarse la confianza de
la mayoría del electorado. Eso hizo Andrés Manuel López Obrador acompañado de
su fiel y eficaz colaborador. Al aceptar un artículo como éste, Yáñez demostró
un talante más aristocrático que republicano: olvidó el valor de que uno es
alguien en la vida por sus méritos, no por su cercanía con el Presidente.
Preguntémonos: si AMLO no hubiera ganado la Presidencia, ¿¡Hola! le hubiera
dedicado su portada y 19 páginas a esta boda? Francamente, no lo creo. Lo
hicieron, como hacen en Europa, por ser Yáñez uno de los personajes del círculo
más cercano del próximo presidente. Cualquier político de talante republicano
debería rechazar revistas que exaltan valores aristocráticos insostenibles en
pleno siglo XXI, mucho más en un país como México.
En
segundo lugar, Yáñez se equivocó al abrir las puertas de su vida familiar a las
revistas sociales y, por extensión, a las “del corazón”. Flaco favor le hace a
su jefe, esposa y parentela.
La
gente famosa coincide en que la única manera de evitar que la prensa chismosa y
sensacionalista se meta con la familia es establecer una frontera muy estricta
entre la vida pública y privada. Con este artículo, Yáñez ha enviado el mensaje
contrario: que se vale hurgar en la vida de él, su esposa, futuros hijos e,
incluso, su jefe, AMLO, quien salió retratado, con su mujer, en la portada de
¡Hola!
En
un artículo memorable titulado Martita, Jesús Silva-Herzog Márquez argumentó,
en 2004, que los gobernantes debían mantener cerradas “las persianas del pudor,
ese impulso elemental que nos empuja a cuidarnos de la mirada ajena cuando
hacemos cosas que corresponden a nuestra vida privada. Del chicote interior que
nos pide que no hagamos el ridículo”.
El
editorialista de Reforma ilustraba cómo Marta Sahagún, entonces Primera Dama,
no había tenido ningún pudor por aparecer en todo tipo de medios: “Seguramente
dentro de unas semanas, invitará a alguna locutora de televisión a recorrer los
pasillos de la casa de todos los mexicanos […] En el momento estelar del
programa, Martita le enseñará a la conductora los baños de Los Pinos. Mira,
Lupita —le dirá con ese acento tan peculiar—, estos son los baños de la casa de
todos […] Ahí se rasura el Señor presidente y aquí, en este excusado, hago pipí
[…] Mira: así hago pipí. Y todos veríamos el conmovedor espectáculo por la
televisión: Martita haciendo pipí”.
Silva-Herzog
exageraba para ilustrar el peligro de abrir la vida privada de los funcionarios
públicos. A eso se arriesgó Yáñez: a que los paparazzi y la prensa chismosa
ronde a su familia, y la de su jefe, para capturar la imagen o nota
sensacionalista que suba los índices de audiencia.
Finalmente,
como dije hace seis años en el caso de Peña, Yáñez ha cometido el error de
revivir un estereotipo de la clase política que tanto rechazó el electorado en
las urnas en la pasada elección: la de los frívolos que sólo les interesa el
poder para salir en la televisión y las revistas de quién es quién de la
sociedad mexicana. Sinceramente, no entiendo la necesidad de un artículo
ligero, veleidoso, e insustancial, es decir frívolo, que contrasta, y mucho,
con la imagen de López Obrador.