Por: Jordy R. Abraham Martínez
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“Hay ladrones a los que no se castiga, pero roban lo más preciado: el tiempo”. Napoleón Bonaparte, fue un gran estratega que, sin duda, sabía reconocer cuales eran los elementos principales para obtener victorias. El valor que este personaje histórico atribuye al tiempo, nos permite constatar la importancia de su optimización para cualquier líder en activo.
El transcurso del tiempo es algo tan cotidiano que tiende a dejar de tomarse en cuenta. Es decir, nos olvidamos que se trata de un recurso no renovable y finito. En un mundo tan ajetreado y con tantas exigencias, constantemente nos concentramos en el futuro. También nos generan frustración eventos pasados, que ya no se pueden revertir. Estas distracciones interminables entre recuerdos del pasado y especulaciones sobre el futuro, lejos de ser útiles se tornan perjudiciales. Hoy es siempre, todavía. El ayer ya ocurrió y el mañana nunca llega.
El presente es lo que nos debe ocupar. La vida se construye de instantes. Hay momentos más determinantes que otros desde luego, pero depende de cada uno el hacer eficiente su tiempo, por medio de acciones. El campeón de box, Muhammad Alí decía: “No cuentes los días. Haz que los días cuenten”. Del mismo modo en que el reloj nunca se detiene, debe existir en todas las personas un impulso incesante por seguir forjando el camino que lleva a la obtención de las metas trazadas. En este sentido, uno de los grandes obstáculos del éxito, es el vicio de procrastinar. Esto es, el dejar las cosas para el último momento. Por lo general, cuando una asignatura pendiente se posterga y se realiza hacia el límite de la fecha establecida, los resultados no son los mejores. Además este pésimo hábito comunica falta de responsabilidad y deficiente disciplina.
Quienes tienen una desarrollada conciencia sobre la relevancia del tiempo, no dejan pasar las oportunidades. Son personas dedicadas que dan la impresión de ser incansables, por la cantidad de tiempo que invierten en sus actividades. Claramente, este tipo de gente, tiene un menor margen de fracaso que aquellos con un nivel más bajo de compromiso. El trayecto hacia la meta se va suscitando sobre la marcha del tiempo. Suelen haber momentos difíciles y lapsos de satisfacciones gratas. La experiencia nos indica que hay días que se van como segundos y minutos que parecen eternos.
La relatividad del tiempo es un aspecto implacable. Se debe contar con fortaleza para superar las horas de angustia, pero de igual forma, mesura cuando se presentan momentos de dicha o abundancia.
Un cuento popular versa sobre la inscripción de unas palabras en el anillo de un rey. El grabado contenía una frase que traía al monarca consuelo cuando estaba triste o desesperado. Sin embargo, de la misma manera le generaba melancolía en períodos de triunfo y alegría. “Todo pasa, nada es permanente”, este era el mensaje legible en la joya. Los ciclos de la vida son inevitables, aunque por lo general, las recompensas llegan para quienes se empeñan en conseguirlas.
Las casualidades son extremadamente raras. Las eventualidades tienen una causa. Cuando se pretende dejar el devenir en manos del azar, se corren enormes riesgos. El desperdicio del tiempo es un error del cual es inevitable un arrepentimiento futuro. Por otro lado, con voluntad, hasta la hazaña más improbable, se puede alcanzar. La mejor forma de predecir el futuro, es creándolo, esta oración célebre es de impacto. Cada segundo es una oportunidad para ser mejores.
Cada uno debe de asumir esta realidad para ser el arquitecto de su propio destino, como dijera Amado Nervo. La trascendencia es lo único capaz de romper las barreras del tiempo. A eso debemos aspirar, a influir de manera positiva y sostenida sobre la sociedad. Esto solo puede lograrse con acciones.