Editorial La Revista Peninsular
A cuatro meses del inicio de la contingencia en México, las personas empiezan a retomar sus actividades laborales y recreativas a pesar de que las cifras de contagios y defunciones cada día son mayores. Surgen voces aparentemente sensatas que, con un aire de resignación, asumen que es necesario tomar precauciones para afrontar “la nueva normalidad” al observar cómo se flexibilizan las medidas de aislamiento en todo el país; un “sálvese quien pueda” por ponerlo en términos coloquiales. Por esto, vale la pena identificar en qué momento de la pandemia nos encontramos para tener claro qué hacer y qué esperar.
México tuvo la ventaja de poder observar cómo se desarrollaba el Covid-19 en otros países antes de tener que tomar acciones, lo que permitió que expertos discutieran sobre la manera más adecuada para afrontar la crisis. Durante éste periodo de discusión y análisis, se coincidió en la necesidad de establecer medidas de aislamiento para evitar el colapso de los sistemas de salud, y se pronosticó que en un principio la cantidad de contagios sería baja, luego aumentaría exponencialmente, y finalmente tendría un declive, con la posibilidad de una segunda oleada en caso que no se implementaran disposiciones de salubridad después del declive.
De igual manera, señalaron que existía el riesgo de que la crisis se prolongara indefinidamente si las personas dejaban de respetar las disposiciones de aislamiento, ya sea por hartazgo o por una falsa creencia triunfalista al considerar suficientes los esfuerzos realizados hasta el momento. Esto ocasionaría la saturación de los hospitales a nivel nacional, lo que significa que no habrían los recursos necesarios para atender a todos los pacientes que lo requirieran; como sucedió en España o Italia, donde los médicos tenían que decidir a qué pacientes admitir para tratamiento, y a cuales enviar a sus casas a morir.
Este es el futuro que le espera al país de acuerdo a las disposiciones que se están tomando ahora; no nos encontramos al inicio de una “nueva normalidad”, sino inmersos en el momento más crítico de la pandemia dejando atrás el aislamiento, tal y como auguraron los expertos.
Por si fuera poco, ocurrieron importantes fenómenos sociales y climáticos en el país que propiciaron el aumento de contagios. Las manifestaciones en diferentes Estados en contra de la brutalidad policial son justificadas, pero no se puede ignorar que representan un potencial foco de contagios. Asimismo, en el sureste del país hemos sido azotados por fuertes tormentas que han ocasionado inundaciones en distintas comunidades; las congregaciones en refugios, el contacto con las autoridades de auxilio, y los esfuerzos solidarios de la ciudadanía para ayudar a los damnificados, son situaciones inherentes a una contingencia ambiental, pero que conllevan el riesgo de esparcir la enfermedad.
En este momento de la pandemia es ocioso buscar culpables, ya habrá tiempo para eso en el recuento de los daños, ahora lo importante es tener claro qué se está haciendo en el país, y cuáles son las consecuencias de esas acciones.
El gobierno federal procuró una narrativa con base en estimaciones erróneas que indicaban que la cantidad de contagios diarios comenzaría a disminuir en junio. Los gobiernos estatales no tuvieron más opción que trabajar sobre ésta narrativa, pues la ciudadanía ya comenzaba a planificar de acuerdo a los pronósticos emitidos por el ejecutivo federal, una autoridad legítima. Unas cuantas administraciones estatales evitaron someterse a ésta temporalidad, pero fue porque se encuentran gravemente aquejados por el virus, por lo que no hubo trabajo para convencer a la ciudadanía de que sería imprudente retomar labores en estos momentos.
Es cierto que el ejecutivo federal plantea al inicio de la “nueva normalidad” que todo el país se encuentra en focos rojos, lo que significa que se deben seguir cumpliendo estrictas medidas de salud, pero es más fuerte el mensaje que se transmite mediante el ejemplo que mediante las palabras, y la gira justo al terminar la Jornada de Sana Distancia fue contundente. Además, se manejó por semanas un mensaje ambiguo al plantear una transición de etapas, de una cuyo nombre alude al confinamiento, a otra que alude a retomar actividades; evidentemente, si a las personas se les ofrecen dos mensajes distintos, pero ambos emitidos por una autoridad soberana, decidirán hacerle caso a la opción que mejor les convenga.
No significa que la ciudadanía esté exenta de responsabilidad al decidir flexibilizar las medidas de confinamiento; por el contrario, la sociedad es tan responsable desde una perspectiva individual como desde una colectiva. Desde lo individual se puede observar en la ignorancia y egoísmo de muchos mexicanos, la cual en su expresión más obscena se presenta como ataques al personal de salud, y en su expresión más discreta como escepticismo a la existencia del virus y sus consecuencias. Desde lo colectivo lo podemos ver en el ámbito privado, con la reanudación masiva de labores que comenzó el primer día de junio.
Recordemos que no se busca culpabilizar a nadie, hay mexicanos que necesitan salir a la calle a trabajar para poder comer, así como otros que regresaron a laborar por mandato de superiores y no por decisión propia, pero hacer éste esfuerzo nos permite identificar nuestros actos colectivos para entender sus consecuencias. Éstos actos colectivos son importantes pues representan los mensajes que como país nos mandamos a nosotros mismos, y el mensaje que nos estamos mandando en este momento es que las cosas están mejorando y podemos permitirnos bajar la guardia, cuando la realidad es que la situación no había estado peor que ahora y existen las condiciones para que se complique más.
Esperemos que, de ser necesario, las autoridades tengan la capacidad de rectificar sus mensajes, y cuenten con el liderazgo para infundir en la ciudadanía el valor de responsabilidad requerido para afrontar la crisis; sino, temo que el “sálvese quien pueda” durará muy poco, y le cederá el lugar al “se salvaron los que pudieron”.