Después contarían lo que quisieran. Unos la verdad, otros una falsa verdad (por tanto lo más parecido a una mentira), algunos la más vil de las falsedades. Lo cierto fue que en aquel lugar, aterciopelada la luz de oro y a mitad de octubre, las palabras ganaron una batalla. O conquistaron un terreno. O las dos cosas. Las palabras, herederas de la lealtad y del honor, fueron las guerreras. Guerreras de ley, de alma, de sentido, y de sensibilidad. Guerreras palabras que salían del interior de alguien..
Para hablar hay que saber, dirían. Correcto! Hay que saber, y el que allí habló supo y sabe. La cultura es la más útil de las armas. Para hablar también hay que sentir, y para sentir hay que tener corazón. Un corazón que lata a un ritmo sereno, verdadero y pasional. Todo en su justa medida: el que late demasiado finge, vale menos que nada. Para hablar, sobre todo, hay que ofrecer honestidad. Hay que decir lo que es, lo que importa, lo que es necesario. Y hay que decirlo con sinceridad…
Después contarían esto, aquello, lo otro.. lo de siempre. Al señor que habló con el alma y con el argumento, con la historia y con la voz, unos niños le regalaron, tras su larga y magistral faena, una copa para brindar, una bandera de España para honrar y amar, una novela de caballería para disfrutar, y un disco de copla española para escuchar. Le regalaron detalles hermosos para alguien de espíritu hermoso. Lo mejor ya lo tenía él: tenía honradez, ley, alma y emoción. Lo que tiene alguien que sea de verdad!
Lo escribí tras el mitin de Javier Ortega Smith
A mi hermana
A la verdad
A mi querido Luis
A las personas que hablan bien y de verdad. No a las que copian frases sin sentido, o frases con sentido pero sin ser sentidas
A todo lo que de verdad importa
A mis amigos María y Emiliano
Y a España!
