El arte refracta a la sociedad, a través de este conocemos lo que sucedía en épocas lejanas: modas, tendencias, estilos de vida, personajes, costumbres, comportamientos; comparar si los tiempos pasados fueron mejores que los actuales. En el tema de la política parece que las prácticas que ahora conocemos son inherentes al ejercicio. El pintor inglés William Hogarth (1697-1764) satirizó lo que se vivía en las campañas electorales bajo el reinado de Jorge II de Inglaterra, monarca a quien se le atribuía poco amor al país. Siendo alemán no entendía la lengua inglesa, por lo tanto no valoraba la cultura británica; se conducía como un extraño, alejado de las necesidades de los ciudadanos.
Inglaterra estaba dando los primeros pasos hacia una democracia lo que quedaría plasmado en una serie de cuatro pinturas donde se aprecian las triquiñuelas de los políticos para obtener representantes en el Parlamento que van desde regalos y el dinero para obtener el voto, hasta coacciones. Detractores, revueltas y asesinatos son parte del paisaje. Las elecciones parlamentarias en el distrito de Oxfordshire inspiraron a Hogarth para pintar la sátira política, reforzó sus ideas a través de alegorías.
Una mirada rápida de la pintura “La campaña electoral” (1754-1755) nos enfoca en varias escenas simultáneas. El banquete – un guiño a La última cena de Leonardo da Vinci- en una taberna está nutrido de personajes políticos y del pueblo que se han dado cita para departir. A la izquierda están sentados los representantes del partido y organizadores. Frente a ellos una persona se ha desmayado por su glotonería. Afuera los manifestantes avientan piedras a la ventana y en primer plano los regalos para los electores. De un padrón de 16 000 personas solo podían votar los hombres que tuvieran tierras; los comerciantes y los fabricantes estaban excluidos.
Al fondo y al centro del lienzo un grupo de músicos ameniza -en aquella época los actos electorales se acompañaban de música-. Asimismo el gaitero se rasca el cuello aludiendo al prejuicio inglés de que todos los escoceses tenían sarna. Arriba de ellos se aprecia un cuadro desgarrado de Guillermo III otro monarca extranjero y despreciado. Los británicos se impusieron y le hicieron saber que el pueblo no estaba al servicio del rey, sino el rey al servicio del pueblo, por ello se abolió la prohibición de criticar a la Corona y los diputados de la Cámara de los Comunes ya no serían designados por el soberano, sino por los electores.
En otra escena vemos el sufrimiento de los candidatos; los anfitriones también son víctimas en el banquete. A uno de ellos le echan el humo de la pipa, otro soporta el brazo de una mujer vieja y gorda. El candidato que mira de frente al espectador evidencia con su gesto lo que está pasando con tal de obtener el voto. Irónico y con las cejas enarcadas parece decirnos: ni modo, al mal tiempo buena cara; qué más; mientras intentan quemarle la peluca – broma habitual en aquella época- y una niña le quita su anillo.
Los candidatos eran propuestos por los terratenientes, aunque era común que los escaños se vendieran abiertamente a los hijos menores de las familias nobles que no tenían oficio ni beneficio. El precio se cotizaba en 5000 libras. También se compraban votos, un candidato podía gastar un monto similar para obtener la preferencia del elector. Entre los gastos de los candidatos se contemplaban lazos para trajes y sombreros, porras, botellas de aguardiente, viajes en carruaje, la demolición de casas, fomentar tumultos y los gastos en los tribunales.
Las erogaciones eran consideradas inversión, se recuperarían una vez que el personaje ascendiera al escaño; no existían las dietas. Después de la invitación a una comida era frecuente que el diputado encontrara libras debajo de la servilleta, a veces un monto mayor al costo de su campaña. El soborno era simplemente considerado instrumento político.
Observamos en otro espacio del lienzo a un hombre sentado con un garrote y otro lavándole una herida en la cabeza con ginebra -bebida de los pobres-, representación del pueblo que aunque no tenían derecho al voto, participaban a su manera intimidando y violentando; otra forma de ganar la elección.
Resulta evidente que el interés en la política de la Inglaterra del siglo XVIII afirmó las prácticas en los procesos electorales, lo cual ha quedado manifiesto en el arte. Hogarth es considerado el fundador de una pintura independiente en la cual se dio la libertad de satirizar a la sociedad en los albores de la democracia. La literatura y la dramaturgia también hicieron su parte.
La descomposición y la recomposición de “La campaña electoral” (102 x 127 cm) ubicada en la actualidad en Londres en el Sir John Soane´s Museum, es rica en detalles y símbolos, testimonio del ambiente político de su tiempo que a observar por las prácticas nos resulta conocido y hasta familiar. Han pasado más de tres siglos y la pregunta sería si esa y la que ahora vivimos es la única manera de hacer política, si como dijo el entonces jefe del gobierno británico Robert Walpole: “En la “Cámara de los Comunes cada hombre tiene su precio”.