Por: Aida Maria Lopez Sosa.
“El cine es mejor que la vida, con cada película se nace de nuevo” Guiseppe Tornatore
El
28 de diciembre de 1895 en Lyon Francia, 30 personas pagaron un franco para ser
testigos del invento de los hermanos Louis y Auguste Lumiere, presenciaron la
primera función de cine: “El arribo del tren a la ciudad” quedando impactados
ante la máquina que se les venía encima a punto de romper la pantalla. Pasaron
escasos ocho meses para que Don Porfirio Díaz proyectara la primera función en
el Castillo de Chapultepec el 15 de agosto de 1896, fecha en que actualmente se
celebra el Día Nacional del Cine Mexicano, expresión artística de la cultura e
identidad nacional.
La
figura masculina interpretada con sus variados roles y matices es muestra de la
metamorfosis que ha ido retratando el momento histórico de la sociedad mexicana.
Uno de los papeles es el de padre de familia en el que claramente se aprecia su
transformación y función en el núcleo familiar. Me centraré en tres momentos
representativos del cine nacional a lo largo de su primer centenario.
Una
de las películas de la época de oro rescatada por el laboratorio de
restauración digital de la Cineteca Nacional es la escrita y dirigida por
Alejandro Galindo: “Una familia de tantas” filmada en 1949, en la que se hace
patente la modernidad inexorable a través de las importaciones provenientes de los
Estados Unidos, amenaza para el patriarca autoritario interpretado por Fernando
Soler. La irrupción de un vendedor de aspiradoras en el hogar de clase
media-alta desestabiliza el centro de poder de don Rodrigo Cataño, donde
cohabita con su esposa, cinco hijos y una empleada doméstica. El dominio
ejercido por el jefe de familia se resquebraja con la tecnología del momento, las
épocas se repiten y en la actualidad algo parecido está sucediendo con el
internet. El melodrama no tiene final feliz para el señor a quien no le queda
otra opción que asumir que sus hijos tienen voluntad y toman sus propias
decisiones. La esposa se impone con un discurso liberador dejando al hombre
sumido en la reflexión acerca de la amargura de los hijos que han dejado el
hogar, secuela del método de crianza aplicado. Sin embargo, no todo está
perdido, don Rodrigo tiene la opción de enmendar sus errores con los pequeños que
aún quedan bajo su tutela.
Iniciaba
la década de los años setenta cuando a Luis Buñuel le ofrecieron adaptar al
cine la novela “La carcajada del gato” de Luis Spota, basada en un hecho real
ocurrido en Guanajuato en 1959. Ante el rechazo del cineasta español, Arturo
Ripstein la llevó a la pantalla grade en 1972 con el guion de José Emilio Pacheco
bajo el título: “El castillo de la pureza”; época del cine de autor. El
autoritarismo patológico del padre interpretado por Claudio Book es la temática
del filme. El solo título nos remite a conceptos de custodia y pertenencia,
cuyo valor a resguardar es la pureza. Con algunas variaciones la película
muestra el horror al que puede llegar un padre con tal de “proteger” a su
familia de los “peligros externos”. Como sucedió en “Una familia de tantas” los
niños crecieron y la exacerbación sexual los llevó al incesto; el inicio de la
lucha entre el control y el deseo de libertad. Gabriel Lima con su doble moral
no pudo conservar la pureza en su castillo, consecuencia
del encierro de su esposa y sus tres hijos, quienes no tenían permiso de salir a
la calle como él. Su final tampoco fue afortunado, quedando en manos de la
justicia antes de ser envenenado por su descendencia.
Una
película imposible de no mencionar por dos razones es: “El bulto” (1992),
escrita, dirigida, protagonizada y producida por Gabriel Retes. En primer lugar
porque es uno de los filmes que inaugura el nuevo cine mexicano y la segunda
porque es la única que ha tocado el tema de la Matanza del Jueves de Corpus, “El
Halconazo” -en la película “Roma” hay una breve secuencia incidental del
suceso-. En 2021 se están cumpliendo 50 años de aquel episodio trágico en la
historia de México y hoy se rememora. El bulto no es otro que el padre que tras
recibir un garrotazo en la cabeza con un bambú el día de la manifestación del
10 de junio de 1971 mientras ejercía su oficio de periodista, queda en estado
vegetativo para despertar dos décadas después y enterarse de que su papá lo
heredó, su esposa se ha vuelto a casar y sus hijos han crecido, además tecnológicamente
es otra época; un perfecto extraño en tierra ajena. Aquí la figura del padre
ausente pero vivo es el que determina el destino de la familia, los miembros se
enfrentan a una nueva realidad económica pasando de la clase media a la baja
por la corrupción gubernamental. Un filme de denuncia social que evidencia las
represiones y la desestabilidad económica que se gestaba al inicio de los setenta.
Lauro permanecerá postrado en un sofá y en una silla de ruedas como testigo del
cambio generacional y la dinámica familiar en donde ya no ocupa un lugar,
convirtiéndose en un estorbo al que miran con extrañeza. La vida lo recompensa
con un final feliz.
El
cine continúa transformándose en sus temáticas y personajes. La figura del
padre se ha ido desdibujando en los entornos familiares donde no siempre se le
incluye. El tema central no son los métodos de crianza, ni la autoridad. Las
familias no siempre tienen la estructura tradicional, la mujer ya no asume una
postura pasiva. Los tópicos actuales son la disolución familiar, las secuelas
que dejan las rupturas en los hijos, la vejez, la paternidad responsable, las
drogas, incluso, al contrato de papas en ausencia de los biológicos.
El
séptimo arte es una forma de entender la vida, de adentrarnos en los laberintos
de la comedia humana de la que escribió Balzac siglos antes de que se inventara
el cine.