Por: Gaspar Quintal Parra, presidente de la Fundación Colosio filial Yucatán.
“Resulta por demás difícil, para quienes se formaron y beneficiaron en la cultura de la “línea” y el “dedazo”, comprender el daño que la falta de vida democrática le genera a un partido político”.
A más de
cuatro meses de haber sufrido la peor derrota de su historia, mayoritariamente
en manos de MORENA, pareciera que el PRI en todos sus niveles, no encuentra la explicación
de la debacle capaz de convencer a sus militantes y, sobre todo, a quienes
tradicionalmente han sido los encargados de tomar las decisiones en la
organización política.
La
personalización de las culpas es la práctica cotidiana y el único medio para justificar
los resultados adversos. “Échale la culpa a quien más odio le tengas”, parece
ser la consigna más recurrida y la actitud más cómoda, en lugar de realizar un ejercicio
crítico honesto, serio, profundo y revelador de las causas reales de la derrota
en la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión, un gran número de
gubernaturas, congresos locales y múltiples presidencias municipales.
Empero, no es sino
en el autoritarismo histórico como forma de gobernar en donde se pueden
encontrar, de un lado, la razón de la poca capacidad para entender las causas
del fracaso y, de otro, la causa primigenia del mismo.
En efecto, al
ser el PRI la entidad política acompañante del régimen surgido de la Revolución
Mexicana, definido por Sartori como un “esquema de presidencialismo autoritario
sostenido por un sistema de partido hegemónico”, ese autoritarismo de origen le
impide ver con claridad cuáles son los errores habituales responsables de los pésimos
resultados y es, a un tiempo, el causante de los mismos.
Por ende, resulta
por demás difícil, para quienes se formaron y beneficiaron en la cultura de la
“línea” y el “dedazo”, comprender el daño que la falta de vida democrática le genera
a un partido político.
Consecuentemente,
acostumbrados a ordenar sin explicar y a acatar sin cuestionar, poco pueden
entender acerca de la necesidad del otorgamiento de candidaturas a liderazgos
reales en vez de dárselas a incondicionales personales con el objetivo de ser más
competitivos; de la misma manera, les resulta complejo asumir la importancia del
reconocimiento a la capacidad por encima de la oportunidad con miras a permitir
espacios a los capaces en lugar de asignárselos a los oportunistas; ignoran
también, la urgencia del triunfo de la idoneidad sobre la improvisación, a fin
de evitar la usurpación del lugar del apto en manos del incompetente; y asimismo,
desconocen la exigencia de eliminar la sumisión como único mérito para el
desarrollo de una carrera política.
De igual forma,
ese autoritarismo ha permitido el surgimiento de prácticas de gobierno
generadoras de corrupción, impunidad, pobreza e inseguridad, las cuales
influyen negativamente en el ánimo de los ciudadanos quienes a través de su
voto expresan su desaprobación a ese modo de gobernar.
Adicionalmente
a ello, es muy común confundir los síntomas con la enfermedad. Si bien el
compadrazgo, el amiguismo, el servilismo, la imposición, el dedazo y la
corrupción han sido señalados como los causantes de los grandes males del PRI, son
en realidad productos de ese autoritarismo prevaleciente en su interior. En
otros términos, el autoritarismo es la enfermedad y aquellos sus síntomas.
No obstante, es
en una democratización plena donde el PRI puede encontrar la medicina para
curar su enfermedad estimada como terminal. Hoy día, tiene ante sí las
condiciones idóneas para sanar y convertirse en el partido nacional capaz de
responder a las exigencias del Siglo XXI como lo fue en el siglo pasado.
Por una parte,
su aparente debilidad es en realidad su mayor oportunidad, carecer de la figura
presidencial que ejercía el poder de forma unipersonal, le facilita la
transición hacia una organización democrática y abierta, necesaria para darle
viabilidad al país; por otra, todos los partidos políticos nacionales adolecen
del mismo mal autoritario, democratizarse anticipadamente a sus dos principales
adversarios, MORENA y el PAN, le permitiría ponerse en el camino adecuado para
recuperar la confianza ciudadana.
Por lo tanto,
reglas claras de competencia interna, elección de dirigentes, asignación de
candidaturas de acuerdo a perfiles idóneos, respeto a liderazgos reales,
transparencia en el manejo de recursos, rendición de cuentas de dirigentes,
representantes y funcionarios, respeto a decisiones locales, profesionalización
de campañas, formación de militantes, definición de causas y sanción de faltas,
son algunos de los elementos imprescindibles en su actuar de ahora en adelante
si aspira a convertirse en un partido moderno, actual y competitivo.
No obstante,
si bien es cierto que la democracia es la mejor medicina para el PRI, cierto es
igualmente que no es fácil, para quienes aún detentan posiciones de poder interno,
tomarla en dosis precisas y exactas cediéndole el paso a prácticas permisivas al
ascenso de figuras distintas a ellos y a sus intereses. Es una prescripción demasiado
amarga.
Octavio Paz señalaba
ya, desde hace 50 años, la crisis de los dos mitos del periodo
posrevolucionario, la autoridad del Señor Presidente y la inmortalidad del PRI,
en nuestros días ambos dogmas han sido ampliamente superados. La medicina está a
la mano, tomarla o no tomarla es el dilema.