De superhéroes y superpolíticos.
Por Leo Zuckermann / Twitter: @leozuckermann.
En su más reciente programa en HBO, Bill Maher comentaba, y se burlaba, de la cultura de los superhéroes en Estados Unidos que ha tenido un fuerte empuje en los últimos años. Mencionaba la multiplicación de programas, películas y series en torno a personajes ficticios con poderes sobrehumanos y que salvan a la humanidad de sus aprietos. En este contexto, no sorprende que la gente le crea a un candidato que dice tener la capacidad de resolver problemas complejísimos en un abrir y cerrar de ojos. Prueba de eso, argumentaba Maher, es la elección de Trump como Presidente.
El comediante, quien dice cosas muy serias con gran humor, afirmaba que los superhéroes generan una mentalidad de que los humanos “no somos dueños de nuestro destino”. Que estamos, por tanto, esperando la llegada de “un lord estelar y un maldito mapache a salvar nuestros pobres traseros”. Así es, según Maher, como Estados Unidos eligió a Trump.
Luego se burló del Presidente inventándole el mote de “Esfínter Naranja”. Más allá de la broma, creo que Maher tiene toda la razón. Hollywood ha creado una cada vez más vasta industria de superhéroes que luego los políticos explotan en sus campañas posicionándose como personajes con poderes especiales que resolverán, en un chasquido de dedos, complejísimos problemas de la sociedad. Una sociedad cansada de lidiar una y otra vez con los mismos problemas y que falsamente piensa que se pueden solucionar si llega al poder un superpolítico, como si la realidad fuera una película de Marvel.
Se trata de una perversión cada vez más generalizada en las democracias. Un electorado que no cree en la importancia de las instituciones, sino en el voluntarismo de un individuo. Votantes que rechazan el conocimiento de años de estudio de expertos sobre las complicaciones de un problema para mejor apostarle a una persona que, a golpe de fe, moverá las montañas. Ciudadanos no quieren escuchar a políticos responsables que hablen de lo difícil que es mejorar el bienestar del país, de los sacrificios que implica, de los recursos que se necesitan. No. Eso es muy aburrido y enredado. Lo que quieren oír es que alguien llegará a la Presidencia y, como por arte de magia, con sus superpoderes cambiará todo para bien. Quieren, en pocas palabras, vivir en un mundo de superhéroes.
Luego, por supuesto, viene la decepción. Es lo que le está pasando a Trump y le seguirá ocurriendo. Prometió, por ejemplo, que durante sus primeros cien días como Presidente cancelaría la reforma sanitaria (Obamacare) para sustituirla por una mejor. Sí, cómo no. Si hay un problema complejísimo, que se viene estudiando en Estados Unidos desde hace décadas, es cómo hacer para que todos los estadunidenses tengan acceso a servicios médicos a un precio razonable. Pero los electores de “Esfínter Naranja” creyeron que, con sus superpoderes que lo llevaron a acumular una gran fortuna, sí haría lo que ningún Presidente ha hecho en EU desde Nixon. Bullshit. Trump no ha podido ni podrá porque no es ningún superhéroe.
Como no pudo Fox en México cuando prometió que arreglaría el conflicto chiapaneco en 15 minutos de llegar a ser Presidente. O que la economía crecería a siete por ciento anual. O que metería a peces grandes a la cárcel por la corrupción. Ajá. Los mexicanos pronto nos dimos cuenta que el bigotón con botas era en realidad un político de carne y hueso que a la postre tendría algunos éxitos y muchos fracasos porque así es la realidad: llena de intereses, obstáculos y restricciones.
Y ahí viene López Obrador. La gran solución a los problemas del país, según escribe en su libro, 2018, La Salida, es elegirlo a él como Presidente. Sólo por eso, los mexicanos seremos felices. No exagero. Lean el libro. El ejemplo más citado, el que más le han preguntado al tabasqueño, es el relacionado con la corrupción. Según López Obrador, este problema se resolverá por la llegada de un hombre honesto a la silla presidencial. No quiero minimizar la importancia de tener un Presidente honesto. Desde luego que ayuda. Pero no es suficiente como piensa AMLO. ¿Y si se rodea de pillos que roban como sucedió cuando fue jefe de Gobierno capitalino? No, la corrupción es un problema endémico de México y muy complejo de resolver. Está metido hasta el tuétano de nuestro sistema económico y político. La realidad es que será tardado y dificilísimo de solucionar. No alcanzará con el voluntarismo de un individuo y sus supuestos poderes sobrehumanos de la honestidad valiente.
La culpa de esta perversión democrática no la tienen los políticos que se presentan como superhéroes. No. La culpa la tenemos los electores por creernos esos cuentos y elegirlos como nuestros gobernantes.