Por Ariel Ruiz Mondragón
En nuestra edición anterior publicamos la primera parte de la entrevista realizada por el periodista Ariel Ruiz Mondragón al escritor y también periodista, autor del libro, Échale la culpa a la heroína, de Iguala a Chicago; en el que se aborda el tema de lo ocurrido del 26 al 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, cuando estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos acudieron a las inmediaciones de esa ciudad a tomar camiones para poder asistir a la manifestación conmemorativa del 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México. Como se sabe, aquel lamentable episodio suscitó una gran violencia contra los jóvenes, que provocó la muerte de seis personas, 25 heridos y 43 normalistas desaparecidos.
En esta segunda y última entrega concluyen las reflexiones que sobre el tema hace José Reveles:
Me parece desmesurada tanta saña aquella noche: ¿no bastaba con bajar a los jóvenes de los autobuses y recuperarlos? Un poco como se hizo con el quinto autobús: los bajaron y pudieron huir.
-En este caso lo hicieron de esa manera y no se animaron a dispararles. Ese momento de vacilación lo aprovecharon los muchachos para caminar para atrás e irse corriendo. Pero los que iban por el centro iban encerrados y les atravesaron las patrullas, llegaron con piedras y la violencia fue in crescendo. Pero además los chavos ya estaban criminalizados desde antes: les dicen “los pinches ayotzinapos” y “ayotzivándalos”, por ejemplo.
Además los venían monitoreando y ya lo sabían todos los halcones, los sicarios, los policías y el Ejército. Estaban entrando a un campo minado, lo que ellos no se imaginaban; incluso, cuando los bajaron del autobús, creyeron que los llevaban al Ministerio Público. Pero ya nunca aparecieron 43.
Creo que fue una suma de circunstancias desgraciadas la que llevó a esto, pero necesitó haber un caldo de cultivo de impunidad, de corrupción y de violencia, de dominio territorial de la delincuencia, del cogobierno delincuentes-autoridades elegidas en las urnas, que éstas fueran del mismo partido que apoyó también la candidatura de Ángel Aguirre. Además está el antecedente del regalo del terreno del Ejército para el centro comercial de José Luis Abarca. Es decir, todo el contexto estaba dado para que no hubiera una mente racional que dijera “vamos a hacer las cosas de otra manera: vamos a controlarlos a base de toletazos”, o qué sé yo.
Pero nadie los sacó del lugar y por eso hay que buscar la explicación, y yo la encontraba justamente en que se estaban llevando una droga que iba a andar paseando por todo el país, porque ellos iban a ir a la Costa Chica, a Morelos y luego a Tlatelolco y de vuelta a Ayotzinapa. En ese trayecto se podía perder la droga, y si vale millones, ¿cómo lo iban a permitir? Por eso a mí me pareció una hipótesis bastante razonable y lógica para este ataque: no tiene otra explicación.
La circunstancia fue que los atacaron cuando los estudiantes ya se iban. Todos sabemos ahora que eran monitoreados desde las siete de la noche, desde que fueron a Chilpancingo, en donde no pudieron tomar los autobuses. Todo ese tiempo, cuando estuvieron en Huitzuco, en las afueras de Iguala, fueron perfectamente monitoreados. Todos lo sabían, incluso los malos de Iguala, y eso como que les caldeó el ánimo. Pero también estaba la previa impunidad: encontraron en fosas más de 105 cadáveres, que no eran de los muchachos de Ayotzinapa.
¿Qué diablos estaba pasando en Iguala? Después han ido a destapar más fosas en El Carrizalillo, en Casimiro Castillo, y no solo eso: al alcalde de Cocula lo encontraron con el hermano de Sidronio Casarrubias, líder de los Guerreros Unidos. Y no ha pasado nada: siguen igual la violencia y la impunidad porque nunca hay resultados plausibles.
Estamos hablando de que si ya tienen desde hace más de un año detenidos a los líderes de la banda, pues ya deberían saber lo que pasó; no inventar sino saber lo que pasó, porque en los expedientes, en las actas ministeriales hay cuando menos cuatro posibles lugares donde habrían sido liquidados los muchachos: uno es el basurero, otro es Lomas de Coyote, en una casa de seguridad, uno más es Pueblo Viejo y otro es un predio cercano al auto lavado Los Peques. Los cuatro están mencionados en el expediente y los citan los expertos. Hay un caso clarísimo, del Chucky, el Mike y varios que dicen que subieron a 17 y “los matamos”, e incluso dan el pormenor de cómo y quién lo hizo. ¿Puede ser mentira? Por supuesto, porque esa es otra parte: el expediente, las actas, son un cochinero. Como muchas averiguaciones que he conocido, como las de Florence Cassez e Israel Vallarta, también es un cochinero la investigación de lo que pasó en Iguala, porque hay demasiadas contradicciones dichas por actores muy similares. Luego descubrieron los expertos que 77 de los detenidos (es decir, las casi tres cuartas partes de los 110 detenidos) tienen torturas que son similares, y pidieron que se les hiciera el Protocolo de Estambul.
Lo anterior, ¿qué nos está diciendo? Que se hizo un expediente a base de tortura. ¿Quién lo hizo? Inicialmente los gobiernos perredistas de Iguala y de Guerrero, y en segundo término la PGR, que ya agarró el caso muy contaminado pero tampoco ha ayudado a desbrozarlo. Es una maraña que a ver cuándo la desenredan. La mejor manera de que una investigación no llegue a un buen fin es ensuciarla, de entrada: enreda al principio, y de aquí a que vuelven a rehacer… Tendrían que volver al principio porque hay muchísima falsedad en las declaraciones.
Usted reproduce algunas en el libro, como las de los policías.
-Hay un testimonio de los que presentó Murillo Karam en video, cuando a un acusado no le daban las cuentas de los muchachos que llevaban en los vehículos, le faltaban 15, y dijo: “Ah, no, a los últimos los bajamos caminando”. ¡Tú no te imaginas a los muchachos caminando en el basurero! Eran jóvenes, tenían adrenalina, estaban viendo que los iban a matar, que era una masacre en el basurero. Pero esa violencia no aparece en la narrativa, y esos muchachos no son sino mansos corderitos. ¿A quién le cuentan eso? No puede ser.
Usted hace una anotación importante: el gobierno ha dividido este proceso cuando menos en 13 causas que se están llevando en seis juzgados. ¿Cuáles son los problemas que esto trae para que se haga justicia?
-Los presos también han sido divididos. Imagínate, para empezar, el aislamiento de los inculpados: ¿quién los va a estar visitando hasta muy lejos, además de que la defensa les sale carísima? Unos procesos se llevan en Tamaulipas, otros en Veracruz, unos más en Toluca, otros en Tepic, y allí están los inculpados en la cárcel.
Toda esta dispersión también parece a propósito para no poder mantener una visión de conjunto del expediente. A mí me lo hizo ver mucho Sayuri Herrera, la abogada de Julio César Mondragón, quien dice: “No puedes andar viendo todo el expediente porque está en chino: tienes que andar recabando información en muchos juzgados”. Por ejemplo, el caso de Mondragón está en cuatro cauces.
Incluso tuve una aparente diferencia con los expertos: yo decía sobre el caso Mondragón, cuyo rostro fue mutilado: “Una necropsia dice que fue fauna nociva, pero hay otra que dice que es un corte perfecto”, y dijeron “esa no la conocemos”. Yo chequé mis papeles y, en efecto, son dos cosas diferentes, pero a veces, con la lectura, también te enredas porque son demasiados datos. Yo leí muchos meses, y este libro es producto de una lectura minuciosa de todos los expedientes.
Hay un asunto sobre el que se ha preguntado mucho: ¿por qué fueron a Iguala los normalistas? ¿Ellos desconocían la situación del narcotráfico en el estado, especialmente en Iguala?
-Sí desconocían estos datos macro…
Porque hay algunos datos, como el del asesinato de Arturo Hernández, líder de la Unión Popular de Iguala, después de una disputa con el matrimonio Abarca. Eso seguramente sí lo sabían.
-Pero no pienses que los muchachos estaban informados; yo tengo alumnos de séptimo trimestre de periodismo y no están informados. A lo que me refiero es que ellos no iban a entrar a Iguala, para empezar. Tal vez a mí me faltó ponerle ese acento, pero eso es absolutamente cierto: no iban a entrar a Iguala, pero lo hicieron porque en la orilla de la carretera tomaron un Costa Line, y él les dijo que los iba a acompañar a Ayotzinapa y a estar con ellos varios días, porque así es el estilo, pero también les dijo “nomás denme chance de bajar el pasaje”. Entonces se metió hasta la terminal, hasta el andén, y le preguntaron: “¿Por qué te metes hasta el andén”, “No hay problema, ahorita nos vamos”, dijo él. Entonces los 10 muchachos se bajaron y se volvieron a subir al autobús porque tenían la confianza de que se iban a ir. Entonces el chofer, mañosamente, les cerró la puerta, se fue y se perdió. Los normalistas se desesperaron, rompieron los cristales pero no se pudieron llevar el camión porque no volvieron a encontrar al chofer. En mi libro sugiero que ese podría ser el camión cargado con droga, si no ¿por qué esa osadía de un chofer de enfrentarse con 10 muchachos que lo podrían haber madreado? Además, estaba otro chofer que también se opuso, que dijo haber llegado a las seis y media a la terminal, y que le tocaba irse hasta el otro día. Eran 13 o 14 horas en la terminal, ni mandado a hacer; pero no sólo eso: él cuenta que se bajó, se fue a tomar un café, anduvo en las oficinas, y a las nueve de la noche se acordó “ay, dejé las llaves en el switch”, y entonces fue al autobús a recoger sus llaves, y cuando iba bajando fue cuando entraron los muchachos que venían al auxilio de los del otro autobús.
¿En qué cabeza cabe que un chofer deje las llaves del autobús dentro de éste? No me parece. Entonces yo sospeché que ese autobús podría haber sido el clave…
¿Es el quinto autobús, el Estrella Roja?
No; éste era un Costa Line, como en el que los encerraron. En la declaración de este chofer él explicó que les dijo a los estudiantes “no traigo las llaves”, pero que casi lo voltearon de cabeza, le sacaron las llaves y no lo dejaron manejar.
Los expertos hablan del quinto autobús; yo a éste solamente lo detecto que no está, pienso que la libró. Desde el principio sé que son cinco autobuses, no sé por qué dicen que se dijo que cuatro, allí hay una discusión tonta. Pero iban en dos autobuses y tomaron otros tres, y uno, el Estrella Roja, a mí se me perdió: dije “salió por el Periférico, pero ¿dónde está?”. Yo tengo los peritajes de los vehículos, y no está ese autobús, lo que es una deficiencia de la investigación. Aunque no le hayan metido un balazo o no le hayan roto el parabrisas, aunque no le pasó nada al quinto autobús, debían haberlo analizado porque tiene huellas de los muchachos, ver si hubo violencia adentro, restos de sangre, etcétera. Pero simplemente decidieron que no lo iban a analizar.
Pero la Fiscalía de Guerrero dice que sí lo reportó.
-Sí, lo metieron al corralón; lo que pasó es que dicen los expertos que no aparece en el informe de la PGR, pero el autobús sí estaba, y cuando ellos lo pidieron para examinarlo les trajeron uno que no era, según dicen ellos, o que ellos no ubican como el que tienen en el video de la terminal. Allí el alegato de la empresa es que sí es, lo que pasa es que tiene calcomanías diferentes porque ya fue verificado o recibió algún permiso, que le cambiaron los asientos y todo lo demás. Yo lo digo de todos los autobuses: destruyeron evidencias en el momento en que regresaron los autobuses, los arreglaron porque traían balazos, y ya están circulando. Yo tomo un autobús de Iguala a Acapulco y no me entero de que era de los baleados.
Lo que quiero decir es que no hay cadena de custodia, que en México no se respeta.
Los muchachos no iban a entrar a Iguala; se quedaban afuera a botear y a tomar allí mismo los camiones. Además no se confrontaron con nadie; venían de Chilpancingo, donde la Policía tenía vigilada la terminal y no los dejó hacer nada. Iban a cumplir un acuerdo de asamblea de las normales: que se tenían que apoderar de 25 camiones por lo menos, y no lo lograron. Tan esto es una costumbre que, después de esa tragedia, los muchachos de Michoacán tomaron autobuses. Es lo normal, y no creas que porque ya pasó esto ya no se toman autobuses. Me da mucha risa lo que declaran tanto el gobernador de Oaxaca como el de Michoacán: “No vamos a permitir que tomen autobuses”. Siempre los han tomado; es más, hay una especie de acuerdo tácito con los permisionarios, que asumen que es parte de su pérdida y punto.
Ayotzinapa tiene una tradición de lucha, de izquierda. En ese sentido, ¿usted encuentra algún motivo ideológico en estos hechos?
-Yo no lo encuentro. Bueno, hay una criminalización ideológica: a los de Atoyzinapa los consideran vándalos, o que se están preparando para ser subversivos, guerrilleros, que van a ser alborotadores en sus comunidades o a donde vayan. Entonces muchos dicen: “Ah, estos pinches estudiantes son izquierdosos y molestos”. Es la mentalidad de un policía y de un delincuente pues los detestan, para empezar. Los estudiantes llegan con una mentalidad que venera, hasta subconscientemente, el solo hecho de que en la normales rurales estudiaron Lucio Cabañas y Genaro Vázquez.
Hay una especie de culto civil a esas figuras, y los muchachos reciben instrucción y leen mucho de análisis político. Llegan a esa escuela como ajenos, ignorantes, pobres, pero allí los preparan bien. Luego, tienen una especie de autogobierno y tiene comités para todo. En un reportaje muy bueno en Emeequis dicen cómo en primer año los explotan, los ponen a trabajar, a recoger la basura, a sembrar, a cosechar; son como los esclavos de los de segundo, tercero y cuarto. Así dibujan el tema.
Finalmente, los chavos provienen de comunidades muy pobres, donde hay muchas carencias y muy fácilmente se radicalizan o se concientizan de varios asuntos, están en un caldo de cultivo para eso. Pero no creo que en lo de Iguala haya habido ninguna carga ideológica; para mí es una carga delincuencial, defensora de las drogas.
Otro asunto que se ha discutido mucho, en lo que participó incluso el secretario de la Defensa Nacional: ¿cuál fue el papel del Ejército en aquella noche? Usted dice que los militares estuvieron todo el tiempo en control de la ciudad.
-Yo puedo hablar desde la historia incluso, y de cómo el Ejército tiene el dominio sobre Guerrero dese hace más de medio siglo. No es posible imaginar siquiera que estuviera ausente de la información de lo que estaba ocurriendo. Ahora, con el tiempo, han ido saliendo evidencias de que lo sabían por lo menos sus halcones (porque el Ejército tiene los propios, a los que llamo “grupos de información de zona”, los gices, quienes andan de civil y dominan todo Iguala, como cualquier otro lugar del país; el general Gallardo me dijo, cuando hablamos de ellos, que había unos tres mil en todo el país que hacen labores de vigilancia). Pero además los expertos descubrieron que hubo dos momentos en los que el C4 estuvo en manos del Ejército solamente. Eso ya es más que evidente: ¿por qué el Ejército va a tener el mando del C4, que se supone que es de la Policía? Según la ley todas las autoridades participan en el C4: Ejército, Marina, Policía Federal, Policía estatal y Policía local.
Entonces no es posible que el Ejército no estuviera informado; pero, además, sí se informó a partir de que fue al hospital donde estaban los muchachos, y era para que los hubiera protegido. Pero lo dijo Murillo Karam, “qué bueno que no se enteró porque hubiera sido peor”. Imagínate: hubieran matado o desaparecido a más. Como autoridad no puedes decir eso.