Por Carlos del Río
Primero lo primero. O mejor dicho, primero la primera. La película original de La era de hielo, estrenada en 2002, fue literalmente una bocanada de aire fresco como largometraje animado.
Había agudeza, gracia, comicidad y mucho corazón en una road movie, con el soporte de un argumento en el que un grupo de animales salvajes devolverían a un bebé a la tribu de humanos.
De manera paralela, el filme integraba las breves aventuras de la primitiva ardilla Scrat, caracterizadas por su infructuosa y permanente persecución de la bellota, que resultaban un deleite para chicos y grandes. Era además la primera película de Blue Sky Studios, una nueva promesa en la producción de animaciones por computadora. El ingenio y chispa de aquella cinta dejaron tan buen sabor de boca, que la posibilidad de secuelas se antojaba inevitable.
Filme tras filme, La era de hielo ha perdido originalidad, a la vez que aumentado gradual -y hasta dolorosamente- la cantidad de personajes que se suman a esa familia de animales prehistóricos.
En esta quinta película de la serie, los realizadores pierden todo sentido de la escala en términos de su guion. Lo que fueran las simpáticas peripecias de Scrat, se desbocan fuera de proporción a nivel cósmico. El comentario es literal, sin exageración alguna. La obsesiva ardilla viajará al espacio, para torpemente dar forma a nuestro sistema solar y a la vez dirigir por accidente un monumental asteroide a la Tierra.
Nuestros héroes originales –Manny, Diego y Sid– quedan diluidos entre el resto del abultado reparto. Su nuevo viaje será para tratar de evitar la destrucción de nuestro planeta. Ni más, ni menos.
Con esa premisa, el filme se convierte en la mera suma de gags independientes, que poco ofrecen al desarrollo de una misma historia. Algunos funcionan, algunos no. Lo que no es desdeñable es la correcta calidad de la animación y el uso del 3D. Pero eso era lo mínimo que podíamos esperar.
Al parecer, esta es la primera de las secuelas de la gélida franquicia que ya no lleva el numeral en su título en español. Ya de plano ni llevar la cuenta tiene sentido.
