Sobran los motivos, por Jordy R. Abraham.
Cuando pensamos en liderazgo, por lo habitual, nos viene a la mente la imagen de una persona con carácter imponente, cuya voz sobresale por su vigor energizante y sus cualidades son dignas de admiración. Por supuesto que un líder debe ser respetado por sus fortalezas pero, con frecuencia ponemos atención únicamente a aquellas características más obvias, mientras que pasamos por alto ciertas habilidades que son igualmente determinantes.
Es innegable que, por definición, los líderes deben distinguirse por representar un ejemplo a seguir para muchos, con el apoyo de un magnetismo especial para convencer a terceros de sumar sus voluntades para participar en proyectos o empresas que busquen causas específicas.
Así, evidentemente la oratoria funge como una herramienta altamente poderosa, pues se basa en la comunicación efectiva para persuadir o invitar a la reflexión. Sin embargo, el proceso comunicativo que llevamos a cabo los seres humanos, por lo general, es complejo y requiere de talentos adicionales para lograr su cometido.
Es decir, no siempre bastará con proyectar seguridad al exponer un tema, sino que es necesario establecer un vínculo auténtico con quienes nos escuchan para abrir un canal en el cual la empatía esté presente y selle un lazo entre los interlocutores.
De modo tal que la sensibilidad es un elemento indispensable para desarrollar un liderazgo integral, pero sobre todo con un sustento firme, que permita al individuo desenvolverse como un verdadero agente transformador para su entorno. Aquí, es menester, precisar que la sensibilidad no es una característica que se relacione con la debilidad, sino todo lo contrario.
El ser sensible puede traducirse en poseer una pericia inusual para detectar y comprender problemáticas, necesidades o potencial ya sea en comunidades o en las propias personas. Esta habilidad consta de la facultad privilegiada para ver lo que otros no pueden ver. Definitivamente, el líder requiere de ejercer esta sensibilidad para con sus colaboradores, de manera que se cree una dinámica de cohesión perdurable que se refleje en resultados positivos y contundentes en pro del bien común.
Otra cara de la sensibilidad radica en la supresión de la indiferencia ante la injusticia, por lo que aparecen sentimientos de profunda indignación en el sujeto, al percatarse del padecimiento ajeno. Empero, el líder no se queda con el coraje emanado de la empatía, sino que se decide a actuar para encontrar solución a eso que le inconforma. Dicha sensibilidad es un impulso para contribuir a la mejora del tejido social.
Las palabras pueden ser atractivas y convincentes cuando se pronuncian con sagacidad, no obstante, solo puede sembrarse conciencia al establecer una sinergia de empatía entre quien detenta el liderazgo y sus aliados, aspirando juntos en equipo a luchar hasta el cansancio en favor de los ideales trazados.
Practiquemos conductas reiteradas que nos lleven a forjar la sensibilidad en nosotros mismos. Evitemos ser apáticos ante las situaciones desfavorables que sufren cientos de miles diariamente. Es tiempo de contribuir y empeñar un esfuerzo conjunto en la construcción de un porvenir con rumbo.