Más arriba, lejos de la habitación azul y de la sala pequeña, cerca del cuarto de los capotes y la muletas, a la vera del piano y debajo de un cuadro delicioso que recordaba a Sorolla, había una fantástica caja. Parecía más antigua que la sabiduría, la que es de verdad y no la que se finge para aparentar lo que no se es, parecía elegante y señorial, parecía, y era, bella.
Dentro de la caja existían unos días con unas semanas con unos meses y con unos volantes en abril y con unos oles cordobeses, existía una vida. Habitaba allí un nutrido grupo de muñecos de madera. Eran de Lourdes, la más pequeña, que ya era adolescente. Cuántos muñecos había! Carteros, profesores con sus tizas, varios heladeros con helados de canela..
Y había un hombre. Le llamaban el contador de la verdad, pero en realidad era un genio. Quería crear un mundo mejor para el grupo, y quería lograr que sus tradiciones: un cantar, un juego en la arena, un concurso de verónicas (otro día explicamos eso) no se perdieran. Que trascendieran en el tiempo. Y lo lograba! Cómo? Con entrega, fe, trabajo, honradez y sinceridad.
Como se logran las cosas cuando se va por la vida con la mirada limpia! Ole!
A los genios y a la gente que trabaja y se esfuerza con alegría y nobleza
A mi hermana y a María y Emi, y hoy Hamlet
A capotes y muletas
A Lourdes y a Luis
A Córdoba
A nuestras tradiciones
A las personas que admiro
Al arte
A las verónicas y a las medias