Cultura, por: Aída López Sosa
A propósito del Día de las Madres, ¿a quién no se le
viene a la memoria el brindis que hace Arturo, el bohemio puro, quien su única
ambición es robarle a la tristeza inspiración para consagrar su copa a esa
mujer que dedicó sus embelesos y besos cuando lo arrullaba en la cuna? Ron,
whisky y ajenjo en copas pletóricas, alegraban a seis bohemios en la víspera
del año nuevo, en el poema de Guillermo Aguirre y Fierro. Las bebidas etílicas
son inseparables de cualquier celebración como se corrobora en la biografía de
artistas y bebedores ilustrados, donde el alcohol diluye las reglas y
convenciones, sacralizando los rituales cotidianos. El mismo Jesús convirtió el
agua en vino en las bodas de Caná de Galilea a petición de su madre, la Virgen
María. El primero de sus milagros donde se reveló su poder divino.
Las historias que se hilan con las bebidas son
variadas y hasta sorprendentes. La segunda destilación se da en la memoria de
quien la ingiere, dotándola de nostalgias, recuerdos, afectos y una sinfonía de
sentimientos que el alcohol cataliza. Músicos, escritores, dramaturgos,
personajes históricos, políticos y hasta de comic, podemos asociarlos a bebidas
espirituosas no solo en su obra, sino también en su vida. Ya lo dijo William
Faulkner: “La civilización comienza con la destilación”,
Homero Simpson ama a la cerveza y a Marge que se la
da. Con una Duff Beer en mano transmite su sabiduría a Bart, comparando a la
mujer con una cerveza, por la que un hombre es capaz de hacer una tontería por
conseguir una porque luce y sabe bien. Solo desea tener amor por la cerveza,
dinero para comprarla y salud para beberla. Filosofía compartida por quienes la
prefieran en vez del agua.
La leyenda negra de la llamada “Hada verde”, “Diablo
verde” o “Santísima Trinidad”, estuvo de moda entre intelectuales del siglo
XIX, el escritor austriaco Josep Roth, dedicó su novela “El Santo Bebedor”, a
tan deseada bebida. Edgar Allan Poe, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Stephan
Mallarmé, Charles Baudelaire, ingerían generosamente la absenta, por
considerarla un poderoso detonante de los procesos creativos. La Artemisia
absinthium que contiene, es la causante de las alucinaciones. Edgar Degas pintó
“El ajenjo” (1876), donde dos comensales ingieren la fatal bebida prohibida en
1915. Trastornos y delirios eran consecuencia del exceso del líquido maldito.
Corre la versión de que Van Gogh se mutiló la oreja cuando se le apareció “el
hada verde”.
La cotidianidad puede sobrellevarse con un café con
piquete ya sea de coñac, ron, whisky, baileys o anís; en las rocas o caliente,
una de las “1001 formas de pedir un café” según la española Leticia Dolera en
un documental patrocinado por Nespresso. Un carajillo resulta genial para
terminar la comida.
No se sabe de quien fue la maravillosa idea de
mezclar en una copa de flauta, mitad de la elegante champaña y mitad de jugo de
naranja natural, para comenzar el día “mimosa”. Se cree que fue en un hotel de
Paris donde se concibió la alquimia consentida a la hora del brunch.
Libiam nè lieti calici…invitación de Alfredo a su
amante Violeta para brindar en la ópera de Giuseppe Verdi: La Traviata.
“Bebamos porque el vino avivará los besos del amor”, canta el coro. O quién
puede olvidar al libertino Duque de Mantua en la ópera Rigoletto de Verdi-,
quien se la pasa entre mujeres y alcohol en las suntuosas fiestas de su
palacio, cantando la famosa aria: La donna è mobile.
El maíz no solo sirve para las tortillas, el bourbon
requiere, cuando menos, la mitad de este grano en la elaboración del
whiskey -con e-, para después envejecer
cinco años en barricas de roble. Whiskey and Wimmen es la canción de la banda
John Lee Hooker, donde se lamenta del bourbon y las mujeres que casi arruinan
su vida al hacerlo perder dinero y su auto; combinación trágica en su vida
nocturna.
Ginebra en dos porciones y una de jugo de lima es lo
que se necesita para preparar un gimlet, el coctel que alcanzó la fama cuando
el detective Philip Marlowe lo pide en la novela “El largo adiós” (1953) de
Raymond Chandler, quizá para atenuar los nervios ante su complicidad con un
probable delincuente.
La escritora estadounidense Fran Lebowitz, conocida
por sus críticas mordaces a la sociedad, sugiere que no se deje a los hijos
preparar las bebidas por indecoroso y porque le echan demasiado vermut. Si
bien, para el personaje Hank Moody de la serie Californication, el whiskey es
más rápido comparado con el vino, no pensaba lo mismo el cineasta Luis Buñuel,
quien consumía con fruición vino de Valdepeñas, además de amar los martinis. Su
propia versión del negroni sedujo a Audrey Hepburn.
En la novela “La sombra del caudillo” (1929), los
hombres se emborrachaban en los prostíbulos con coñac, lo único que sabían es
que era caro, una manera de demostrar su triunfo y que la revolución les había
hecho justicia. El coñac fue el trago de los poderosos como Napoleón y Winston
Churchill, por algo Truman Capote decía que no bebía algo más fuerte que el
coñac antes de las once de la mañana.
No hay manera de eludir el protagonismo de los
destilados y fermentados en los mejores y, a veces, en los peores momentos de
la existencia. En español, decir ¡Salud!, se extiende a los deseos de
prosperidad y suerte, acompañados de la musicalidad del chinchín de las copas
al chocar.