Por: Aida Maria Lopez Sosa.
Devotos del Mástil de Mayo, durante todo el día vuestras risas han resonado alegremente en los bosques. ¡Pero esta debe ser la más jubilosa de vuestras horas, corazones míos! Nathaniel Hawthorne. “El Mástil de Mayo de Merry Mount”.
Había pasado más de un siglo después de
que Cristóbal Colón descubriera América cuando en el siglo XVII se instaló en
el continente un nuevo conquistador, Thomas Morton (1576-1647), un explorador y
abogado de Inglaterra quien llegó con fines colonizadores y comerciales en el
negocio de las pieles. Enemigo de los puritanos que se habían instalado poco
antes, se dedicó a un singular trueque con los nativos. Tras un frustrado
matrimonio en Inglaterra por causa de los devotos se dedicó a litigar a favor
del gobernador del puerto inglés de Plymouth, quien tenía varios asentamientos
en Nueva Inglaterra -continente americano-, parte de la negociación de Morton
fue que le delegaran la supervisión de las colonias, entre ellas la que se
encontraba en Algonquin (Maryland).
Morton -el primer bribón de Estados
Unidos- no llegó a sembrar una bandera de Inglaterra como lo hiciera el
religioso Colón con la de España, sino un tronco de pino de 25 metros como estandarte
del paraíso que más adelante bautizaría como Monte Alegre, escandalizando a los
puritanos quienes se dedicaban a las oraciones y se oponían al sexo sin
control. Si bien este grupo censuraba las relaciones sexuales fuera del
matrimonio, al interior de este era obligatorio y motivo de divorcio por
incumplimiento. Morton predicaba entre los indios que el sexo era una manera de
acercarse al creador motivo por el cual promovió la práctica indiscriminada
azuzada por el alcohol que les proveía a cambio de pieles de especies endémicas
para exportar a Inglaterra.
Alrededor del Mástil de Mayo los nativos
sembraban semillas de flores y árboles como el abedul, sujetados con cintas de 20
colores alegres simulaban que brotaban del tronco pintado con los siete colores
del arcoíris para rematar con un gallardete con las mismas tonalidades que los
vientos estivales ondeaban. Como en una grotesca pintura de Goya, los hombres
se caracterizaban de feroces animales con cuernos de venado o de macho cabrío,
barbas de chivo y patas con medias rosas de seda que simulaban las de un oso;
otros ataviados con gorros rematados con campanillas, danzaban frenéticos
alrededor del falo ornamentado alegrando con el tintineo el bosque.
Como en el carnaval, se nombraba al Rey y
a la Reina de Mayo aunque iba más alla de lo simbólico. Un clérigo inglés cubierto
de flores y corona de hojas de parra, quien decía ser actuario de Oxford y
sacerdote de Monte Alegre, casaba a la pareja. Cuando menos una vez al mes -el
primero de mayo-, colonos y nativos rendían culto al falo florido o escarchado
según la estación del año, bebían alcohol con fruición y se entregaban a los
placeres sensuales. Las mujeres bailaban alrededor del tronco con movimientos
provocadores invocando a los dioses para que les concedieran los placeres de la
carne. Por supuesto tanta felicidad no sería eterna y después de unos años los
puritanos consiguieron que a Morton lo regresaran a Inglaterra e incendiaron el
lugar para que el fuego purificara el ambiente maldito.
Han pasado cuatro siglos y el ritual
pagano ha sido adoptado por varios países del continente americano con
variaciones, permaneciendo el tronco con las cintas de colores y las flores que
lo ornamentan. En Yucatán el Baile de las Cintas es una de las suertes de la
vaquería -herencia colonial- y lo bailan parejas con trajes típicos al son de
la jarana, remitiéndose a los ancestros mayas. Es una danza llena de algarabía,
vistosa, cuyos participantes -entre 10 y 12- colorean el tronco de ceiba sostenido
por un varón, con el tejido de las cintas por medio de pasos y giros
coordinados y precisos.
Las interpretaciones de la danza son
variadas según la región, para algunos es la unión de los pueblos, en Yucatán
es una muestra de habilidad y destreza que se corona con el entusiasmo y
aplauso del público. La música aunada al colorido de los trajes regionales y
las cintas, son una explosión visual y auditiva que siempre agradecen locales y
extranjeros quienes disfrutan del espectáculo sin remitirse al origen e
intención de la danza pagana.
El desencuentro entre libertinos y
puritanos en el continente americano terminó con la fiesta por la idea de la dualidad
entre cuerpo y razón, entre vicio y virtud, sin embargo, heredó ideas y
prácticas que se han sublimado a través del arte según la cultura. El Baile de
las Cintas en Yucatán es ese espacio en el que los cuerpos expresan el alborozo
de la vaquería, la alegría de vivir con sus diferentes colores.