El arquetipo de belleza en la historia y la literatura

Aída López Sosa
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Por: Aida Maria Lopez Sosa. 

“La belleza no mira, solo es mirada”. Albert Einstein 

La belleza del griego kalia (bello) desde la creación de la
humanidad ha sido un bien deseable tanto para hombres como para mujeres. Crea alteridad
entre lo bello encarnado y quien lo admira. La belleza atrae, seduce, acerca,
alegra el espíritu. Cualidad que puede tener efectos fulminantes como en la
mitología griega con la hermosa Helena que desató la Guerra de Troya, o más
reciente con Hitler y su obsesión por los rasgos arios, o la infeliz rana que
quería ser autentica de Augusto Monterroso, que cultivó sus ancas con
sentadillas y saltos volviéndolas apetecibles a los humanos quienes se las
comían como si fueran de pollo. La apariencia invita o disuade, en este sentido
interviene en los intercambios humanos decantando en la admiración.

El tema ha sido abordado desde
la Teología, Psicología, Filosofía, Historia, Biología, Literatura y el arte en
general. De acuerdo a la historia, la estética y la higiene estaban presentes
desde la época de las cavernas donde se han encontrado en las cuevas tintes,
peines y otros accesorios que servían para embellecer a seres prehistóricos del
Neolítico. Las mujeres del Paleolítico se manchaban el rostro y diferentes
partes del cuerpo con grasa de reno
pigmentada de rojo o arcilla del mismo color. Asimismo elaboraban en cuencas de
huesos sus bloqueadores solares con grasas y óxidos de hierro y magnesio. Los
neandertales más sofisticados, además del maquillaje se ataviaban con collares hechos
de conchas y huesos, adornándose con plumas de aves.

“Si
hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza”
,
refirió Platón en “El Banquete”, idea que va más allá del placer sensual para
abarcar lo moral y lo cognitivo. “La
belleza es encarnable” “Al ver la belleza se llena de temor y queda dominado
por un respeto religioso”
(Platón, Fedro). Asimismo Aristóteles concibió la
belleza desde la simetría, proporción, orden, tamaño y magnitud de cosas
reales. Platón y Aristóteles sentaron las bases de una teoría general de lo
bello en la que se apoyan las estéticas de todos los tiempos. Es así como en la
antigua Grecia existió un culto por la perfección masculina considerada un
regalo de los dioses, donde la belleza externa era el reflejo de la interna, no
el mismo caso para las mujeres para quienes ser atractivas resultaba una
pesadilla. Los concursos de belleza y los gimnasios son herencias de esta
cultura.  

En Egipto el uso del
maquillaje en los ojos sirvió para ahuyentar a los insectos, mismo que tenía la
propiedad de cambiar de color con el sol a manera de protección. Las melenas
largas eran valoradas como símbolo de feminidad. Los pétalos de flores rojas
satisfacían la obsesión de las mujeres para darle color a las mejillas y los
labios, todo a favor del atractivo según los cánones de la época. Es por ello
que el concepto de belleza es tan subjetivo como cada persona que se obnubila
ante ella, el concepto ha sufrido transformaciones y adecuaciones según el
contexto cultural en que se conciba.

En el cuento “Inmolación por
la belleza” del escritor argentino Marco Denevi (1922-1998), leemos desde el
titulo el sacrificio a de alguien a favor de ser bello. Narra la historia de un
erizo que estaba consciente de su naturaleza fea, motivo por el que se apartaba
de todos escondiéndose entre los matorrales. A pesar de que su carácter era
alegre siempre estaba triste y taciturno debido a su fealdad. “Solo se atrevía a salir a altas horas de la
noche y, si entonces oía pasos rápidamente erizaba sus púas y se convertía en
una bola para ocultar su rubor”.
Podemos advertir que su apariencia física era
motivo de depresión y aislamiento.

La segunda parte del breve
relato es cuando alguien lo encuentra en su estado de alerta, erizado, quien en
lugar de ceñirse a las indicaciones de un libro de zoología y matarlo comienza
a ensartarle en cada púa piedras preciosas, cristales, lentejuelas, botones y
demás atavíos que lo embellecen. La felicidad llega al animal cuando es
admirado y elogiado, incluso, comparado con la corona de un emperador por el
ropaje “miliunanochesco”. No hay
dicha completa y viene el aciago desenlace: “No
se atrevía a moverse… Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron
los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso”.

Este cuento breve a manera de
fábula como parte del libro “El emperador de la China y otros cuentos” (Marco
Denevi, 1970),  da cuenta de la
importancia de la belleza para la autoestima y todo lo que ella conlleva desde
la aceptación, socialización y de colofón la felicidad: un momento de felicidad
aunque la vida se vaya en ella. Reflexión y
crítica a la superficialidad de la sociedad y la crisis del individuo
donde la belleza es un activo altamente redituable.

Así como la belleza es
subjetiva, asimismo lo son los niveles de deseabilidad de la misma. Nos hemos
enterado de fallecimientos de artistas y hasta de personas cercanas que en
operaciones estéticas han perdido la vida y en algunos casos la salud por
procedimientos quirúrgicos que prometen juventud o la perfección del cuerpo. En
casos menos severos enfermedades hepáticas y cardiovasculares contraídas a razón
de la ingesta de pastillas o inyecciones mágicas para bajar de peso o polvos
para incrementar la masa muscular.

Efectos de la
globalización y las redes sociales han dado lugar a nuevas modas llevando la vanitas al extremo. “Antes muerta que
sencilla”, dirían mujeres a punto de parir al entrar al quirófano como a una
fiesta con tinte, peinado, maquillaje, manicura y pedicura  -tendencia arraigada principalmente entre las
británicas aunque no tarda en extenderse-
a pesar de conocer el riesgo inherente para ellas, el recién nacido y
los apuros que vive al equipo médico al no poder apreciar el color real del
rostro y las uñas, que pudiera alertarlos ante alguna eventualidad.

¿Qué estamos dispuestos a
hacer para alcanzar el ideal? Cada quien elegirá si sacar el mejor partido de
los dones provistos por la naturaleza; o correr el riego, como el erizo, de
inmolarse bellamente.

Aída López Sosa
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