Discriminación e insulto

Uuc-kib Espadas Ancona
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Los eufemismos son insultos. Existe una malsana costumbre de utilizar palabras que disimulan el desprecio que quien habla siente por distintas categorías de personas. Un ejemplo claro y múltiple de esto es el de ciertos diminutivos. Cuando una persona piensa que determinadas condiciones o características de otras son defectos mayores, suele utilizar estas palabras para suavizar su referencia a ellos. Así, los términos “gordito”, “viejito”, e “indito” son tenidas,desde el desprecio, como un acto de compasión con quienes tienen esas características. Decirle a alguien “gordo” es visto como una ofensa que se debe edulcorar, y por tanto es mejor decirle “gordito”. Yo, que estoy en el caso, nunca he tenido problema ninguno conque me llamen gordo, otra cosa es cuando se refieren a mí con el despectivo “gordito”, insulto que me produce automática enervación. Con mi tonelaje difícilmente alguien, que no sea un gigante de 2 metros y 20 centímetros de estatura, puede ver en mi a un gordito. Soy un gordo, y cuando alguien manifiesta su desprecio por mi condición con un diminutivo me resulta francamente ofensivo. Éstos no son, desde luego, los únicos eufemismos utilizados con ese fin.

​Me disgusta sobre manera el criterio importado deallende la frontera norte de que el término “negro” referido a una persona sea un insulto. Ni la negra del son, ni la negra Tomasa del enamorado, ni el mar de negros en machete y sin encadenar de Silvio expresan ni el más mínimo desprecio por la negritud, sino por el contrario. Sin embargo, de unos años para acá, la proximidad fonética entre “negro” y un brutal insulto en inglés que ni siquiera escribiréré, la famosa palabra “N”, ha llevado a considerar que el vocablo en español es el mismo insulto. En los EE. UU. la solución encontrada fue el neologismo “afroamericano”. El término parte de la prejuiciosa y discriminatoria suposición de que los habitantes de aquel continente son todos negros. Importada desde México, se produjo el término “afromexicano” y así en múltiples países. Esta condescendencia, que me ofende, niega la existencia de, entre otras, la inmensa mayoría de los cerca de 200 millones de habitantes del Magreb y de Egipto, no menos africana que la del resto del continente, pero desde luego no negra. Hace algunos años que ironizo preguntando si entonces, para distinguir a unos de otros, se debe utilizar el término “afroafricano”, vocablo evidentemente absurdo. Algo parecido opino del mucho más impreciso término “afrodescendiente”, pues no existe ser humano cuyos antepasados no hayan salido del África.

​El día de ayer, entrevistado por Carmen Aristegui, me referí al desorden de los comités electorales distritales locales de Yucatán en 1981 como “una merienda de negros, perdón de afromexicanos”. Se trató, precisamente, de una ironía, cierto que innecesaria dado el tema discutido, para expresar mi oposición al impreciso y falsamente generalizador vocablo “afromexicano”, a cuya institucionalización me opongo. Y ardió Troya.

​Ciertamente, a estas alturas de mi vida ya tendría que haber aprendido que la ironía no es la manera óptima de hablar desde una posición pública. Leyéndola literalmente, algunas personas del auditorio vieron en mi comentario una expresión racista directa que pretendía fortalecer el prejuicio de que una cena de negros es un fenómeno de desmedido desorden, y por tanto sus participantes despreciables. No fue lo que dije, desde luego no tengo esa concepción, y me parece que una lectura atenta de mi dicho lo revela más o menos claramente. Permítaseme poner un ejemplo comparable.

​El dramaturgo mexicano, Carlos Cantú Toscano, escribió una de las más duras y descarnadas denuncias literarias del racismo mexicano contemporáneo. Su título, “La pinche india”. Se trata de un nombre evidentemente irónico que, sin embargo, si alguien interpretara textualmente, llegaría a la conclusión de que Cantú es un racista.

​Me parece adicionalmente que, so pena de caer en un moralismo medieval, es excesivo llevar a interpretaciones de segunda y tercera instancia expresiones coloquiales que, en realidad, han perdió su significado material. La inmensa mayoría de las personas que dicen dormir como un lirón no tienen la menor noción de la existencia de ese curioso animalito, así como muchos otros no saben de qué se trata ese comino que nada importa. Puestos a sacar conclusiones de las conclusiones, expresiones como “ver pasar la procesión y no hincarse”, resultan intolerables. ¿Por qué suponer que una persona debe hincarse al pasar una procesión? ¿Qué se critica de quien no se arrodilla frente a ella? ¿Acaso se pretende que todos estamos obligados a hincarnos en esa circunstancia? Se pretendería entonces que esa expresión es una manifestación de intolerancia religiosa que señala y particulariza a quien, en ejercicio de la libertad de credo, opta por mantenerse de pie al paso de la procesión.

​Finalmente, no puedo sino oponer al calificativo de racista que se me ha enderezado, mis hechos. Porto un nombre maya que, desde mi infancia, me ha significado desprecio y comentarios racistas y religiosamente discriminatorios de todo tipo, que me permiten entender por experiencia propia la brutalidad de los prejuicios. Pero más allá de esa condición que, como para casi todos, fue elección de mis padres y no mía. En mi vida cotidiana y, especialmente, en mi vida política, he trabajado militantemente contra la discriminación y especialmente contra el racismo. Como diputado, sin ser simpatizante del EZLN, participé activamente del esfuerzo por lograr que se le diera voz en el recinto legislativo frente a los representantes populares electos. Meses después, encabecé la oposición de mi grupo parlamentario a la reforma constitucional en materia de derechos de los pueblos indígenas, por considerarla sustancialmente limitada, entrando incluso en conflicto con la dirección nacional del partido al que pertenecía y fracturando de manera definitiva mis vínculos políticos con la corriente interna en la que a la sazón participaba. Al final, desde la tribuna, califiqué sin matices de día negro para la Nación aquél en que fue aprobada. Por otra parte, lamáxima realización de mi vida pública hasta el día de hoy ha sido lograr que, en 2003, el Congreso aprobara el establecimiento de un solo status jurídico para las lenguas de los pueblos originarios de nuestro país y el español, el de lenguas nacionales, y eliminar de la legislación mexicana la única referencia a esta lengua como oficial -en la Ley General de Educación- pese a que dos años antes me vi obligado a presentar la iniciativa correspondiente en solitario, pues nadie veía en la propuesta más que una ilusión irrealizable. Ahí están los diarios de los debates para quien quiera verificar lo que digo.

​No puedo siendo honesto con la sociedad a la que sirvo y conmigo mismo pedir disculpas por ofensas que yo no proferí y por concepciones prejuiciosas y discriminatorias que no son mías. Opto, sí, por dar una explicación de mis dichos a quienes quieran escucharla sin descalificaciones previas. Por lo demás, no pienso declarar más nada sobre este asunto que, finalmente, no es sino una discusión tangencial tanto a los temas tratados en la entrevista en cuestión como a las tareas públicas en que desempeño.

 *Consejero del #INE

 

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