Bitácora, por: Pascal Beltrán del Río.
Más allá de las razones por las que Tatiana Clouthier
renunció al gabinete —¿fue su oposición a la presencia de los militares en las
calles o fueron sus diferencias sobre la manera de enfrentar las
inconformidades de Estados Unidos sobre la política energética?—, su salida
representa una pérdida para el flanco moderado del lopezobradorismo.
O lo que es lo mismo: una ganancia para los radicales,
los intransigentes, los ultras, que también son los abyectos, las cajas de
resonancia del Presidente, sus barberos. De por sí eran pocos los colaboradores
de éste que se atrevían a discrepar públicamente de sus opiniones y decisiones,
característica esencial de los moderados en la llamada Cuarta Transformación.
Conforme se acercan los momentos de mayor estrés del sexenio, se van cerrando
los espacios dentro del oficialismo para expresar puntos de vista distintos a
los de Andrés Manuel López Obrador.
La hija de Maquío Clouthier ya había visto revertida,
en una conferencia mañanera, su promoción de una Norma Oficial Mexicana que
consistía en imponer una nueva verificación de los autos a partir de los cuatro
años de antigüedad.
Luego, quedó atrapada entre las quejas estadunidenses
por el trato privilegiado que dispensa el gobierno mexicano a Pemex y la CFE,
en detrimento de empresas de aquel país, y el discurso radical del Presidente,
que rechaza toda sugerencia de echar atrás las modificaciones en la legislación
mexicana que entran en contradicción con el T-MEC.
El 12 de septiembre pasado, mismo día en que visitó
México una delegación estadunidense para participar en la reunión del Diálogo
Económico de Alto Nivel, la todavía secretaria de Economía me dio una
entrevista, en la que me dijo, sin asomo de duda, que no estaba de acuerdo con
el activismo de las corcholatas ni tampoco con la participación de militares en
labores de seguridad pública.
Le pregunté sobre ambas cosas porque había sido
mencionada en la primera lista de posibles sucesores, esbozada por López
Obrador, y porque, desde la campaña de 2018, defendió la idea, junto con el hoy
Presidente, de que soldados y marinos debían regresar a sus cuarteles. En su
edición del 13 de septiembre, Excélsior cabeceó en primera plana: “Entrevista
con Tatiana Clouthier. ‘El Ejército no debería jugar rol de seguridad’”.
Pese a que la funcionaria renunciante leyó su carta de
despedida en la conferencia mañanera, las razones de su decisión se quedaron en
el aire. “Ya no aporto”, se limitó a explicar. “Fue por razones personales”,
expresó una y otra vez el Presidente. Y así, López Obrador se va quedando sólo
con quienes asienten a todo y repiten mecánicamente sus dichos. La discrepancia
se ha vuelto la mejor manera de conseguir un boleto de salida sin retorno.
Cuenta la historia que en los meses finales de la
Segunda Guerra Mundial, José Stalin ordenó un ataque contra las fuerzas
alemanas que resistían en la ciudad bielorrusa de Bobriusk, último reducto nazi
en territorio soviético. El dictador comunista quería la operación en una sola
acometida, pero el general a cargo, Konstantín Rokossovski, opinó que era mejor
hacerlo en dos acometidas para evitar bajas entre su tropa.
—Sal de aquí y piénsatelo mejor –vociferó Stalin.
Al volver al despacho, Rokossovski insistió en su
idea, por lo que Stalin lo volvió a mandar a la sala de espera, donde fue
presionado por Viacheslav Molotov y Lavrenti Beria, los hombres de mayor
confianza del líder de la URSS. “Tienes que estar de acuerdo”, le advirtieron.
El general fue invitado a regresar.
—¿Y bien? –preguntó Stalin.
—Dos acometidas –respondió el militar.
Se hizo el silencio y Stalin preguntó: “¿Puede ser que
dos acometidas sea lo mejor?”. Finalmente, el plan de Rokossovski fue aceptado.
Sus fuerzas atacaron el 24 de junio de 1944, por el norte de la ciudad, y tres
días después, por el sur. La ofensiva acabó por completo con los nazis.
Durante las purgas estalinistas, Rokossovski había
sido encarcelado y torturado. Luego, fue rehabilitado para subsanar la falta de
generales para pelear la guerra. La historia recuerda a quienes sostienen sus
puntos de vista, pese a las consecuencias políticas e incluso los graves
peligros para su persona, y olvida a los serviles y convenencieros.