Editorial La Revista Peninsular
El pasado nueve de septiembre se celebró el vigésimo aniversario luctuoso del reconocido político, filósofo, periodista y escritor yucateco Carlos Castillo Peraza. Su carrera en la administración pública y en el Partido Acción Nacional, así como su incomparable intelecto, le consiguieron un espacio en la historia de nuestro país.
En las últimas décadas hemos visto personajes que han emprendido esfuerzos útiles para el funcionamiento del sistema democrático mexicano, pero son incomparables con los intelectuales de antaño, de los cuáles, Carlos Castillo es considerado como uno de los últimos.
Con la ayuda del obispado de Yucatán pudo estudiar dos licenciaturas, la de Filosofía y la de Letras, en Europa. Esta formación moldeó en gran medida su pensamiento, el cual aspiraba a la construcción de una realidad más digna para la sociedad.
En 1967 ingresó al PAN, y desde esta plataforma dejó una huella imborrable en la historia de la política mexicana y la del mismo partido. Fue diputado federal dos veces, y candidato a la gubernatura de Yucatán, de la alcaldía de Mérida y a la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal.
Como militante, desde sus inicios promovió centros de formación para cuadros y espacios de expresión para difundir la doctrina panista. Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari fungió como uno de los principales negociadores de su partido, logró consolidar una sana relación con el gobierno, y consiguió que se apoyaran propuestas panistas fundamentales como la reprivatización de la banca o la liberación del ejido.
Fue presidente del Comité Directivo Nacional de 1993 a 1996. Durante su gestión realizó un profundo análisis de los resultados de la derrota en la elección presidencial de 1994, fortaleció el sentido de identidad panista mediante valores católicos y acuñó el concepto de “despresidencialismo” para referirse a la administración del doctor Ernesto Zedillo. Estas acciones fueron indispensables para la victoria panista del 2000, la cual, por cierto, no fue celebrada por Castillo Peraza ya que consideraba a Vicente Fox un populista de derecha que abanderaba la ignorancia y le huía al conocimiento.
Renuncia al PAN en 1998 para dedicarse exclusivamente a la Academia y la escritura. En su carta de renuncia a la militancia dirigida al entonces dirigente nacional, Felipe Calderón Hinojosa, aseguraba que seguiría siendo panista de corazón, aunque no de credenciales.
A lo largo de su vida dio clases en el Centro Universitario Montejo en Mérida, y en la Ciudad de México impartió cátedra en la Escuela de Filosofía de la Universidad La Salle. Escribió obras como “El ogro antropófago”, y su pluma estuvo presente en importantes periódicos del país como El Diario de Yucatán, Excélsior, El Universal, La Jornada, o Proceso, y en medios internacionales como El País, Il Sábato, L’Avennire o Convergence.
Carlos Castillo Peraza falleció en Bonn, Alemania el nueve de septiembre del 2000 a los cincuenta y tres años, y su cuerpo fue regresado a México para ser enterrado. En el año 2007 fue condecorado “post mortem” con la Medalla Belisario Domínguez, la cual es la mayor distinción que el Senado de la República otorga a los ciudadanos más eminentes.
Después de éstos años no solo recordamos con cariño y respeto a Castillo Peraza, también lo extrañamos. Su participación en la política nacional era sumamente valiosa por su entendimiento del sistema democrático mexicano y el rol de la oposición. Hoy que tenemos una sociedad fragmentada y una oposición antagonizada nos percatamos de cuanta falta nos (me) hace Don Carlos.