Por Francisco López Vargas
¿Como sociedad realmente añoramos los años de Luis Echeverría, López Portillo o Díaz Ordaz? El México de esos años era el más represivo y abusador del pasado siglo. Los excesos de Díaz Ordaz en Tlatelolco al disparar el escuadrón Olimpia contra estudiantes, o los halcones de Echeverría el Jueves de Corpus que masacraron también a muchachos que protestaban, o la enorme corrupción y nepotismo de López Portillo.
Eran los días de una política de economía mixta, del “dedazo” presidencial que no perdonaba a quienes se equivocaban de aspirante.
Las decisiones presidenciales eran unilaterales, de facto e irrebatibles si no se quería represalias. El endeudamiento y el fraude patriótico caracterizaron a esta época en tiempos en que la economía del país “se maneja en Los Pinos” y cuya frase justificó el despido de Hugo B. Margain como secretario de Hacienda al proponerle a Echeverría un menor gasto y endeudamiento, que llegaban al límite soportable por el país.
Nadie como Echeverría para acreditar el desprestigio del viejo régimen, pero los tres ejemplos de los años 60´s a 80´s pareciera reeditarse en pleno siglo XXI.
Los ejemplos de la apertura ahí están: se le dio autonomía al Banco de México, la apertura democrática cristalizó en el 2000 que ganó Vicente Fox la presidencia y le siguió Felipe Calderón en medio de una elección reñida; se ciudadanizó el órgano electoral federal y de algunos estados.
Sin embargo, esa democratización pareció detenerse. La llegada del PRI al gobierno en una elección sin objeciones regresó los dos primeros años a esa adulación presidencial que sólo refrendó que los priistas sentían un alivio al regresar al poder luego de doce años de no estarlo.
El Pacto por México es quizá la manifestación más cruda de la sumisión de los partidos de oposición a los planes presidenciales. Las reformas estructurales se aprobaron por los líderes del PAN, PRD y PRI –el PVEM se sumaría más tarde- y para fortalecer el proceso democrático se evitó la discusión en el Congreso y se suplantó desde la mesa de negociación la claridad de las grandes reformas.
Esa fue quizá la manifestación de mayor fortaleza de un presidente que ganó la elección casi con un 7% frente a un opositor que se niega a dejar de ser candidato. Desde ahí, la fama pública del gobierno y en particular del presidente se fragmentó: la casa blanca, la casa de Malinalco, el recrudecimiento de la violencia, los casos de corrupción, los ex gobernadores sometidos a proceso, la impunidad… y los partidos de oposición incapaces de hacer algo más que declarar.
La desilusión ciudadana ante la apatía de los partidos es enorme, el grado de desprestigio de todos los partidos es enorme y se refleja en cada uno de sus actos.
La sociedad está harta, pero no puede o no debe optar por una opción que sería igual o peor que los partidos con los que compite. Retroceder a los 70´s no es una opción viable en un país que aspira a una democratización real, a una alternancia efectiva y un desarrollo que llegue a las familias depauperadas porque los presupuestos se enfocan a lo que los partidos juzga como prioridad y no a las necesidades reales de la población.
La decisión de la sociedad para un futuro mejor no puede pasar por la revancha, por la rabia y menos por una decisión no reflexionada. En el 2018 el país se juega un regreso al pasado o mantenerse en camino a una economía sólida y a una democracia real, pero eso no lo garantiza ninguno de los partidos que contienden hoy por la presidencia. Menos López Obrador que ha demostrado ser un autoritario. Sus actos así lo acreditan y su formación e inicios en la política es precisamente en los años 70´s sin que se sepa su opinión de los gobiernos de Echeverría, Díaz Ordaz o López Portillo.
Pareciera querer rememorarlos en los hechos porque, como se dice líneas arriba, éstos presidentes ejercieron el poder sin que hubiese oposición, sin que hubiese censura y ejercían el poder de manera autócrata, sin más decisión que la propia: si se equivocaban, volvían a mandar, pareciera la frase común.
Decidir por lo que diga su “dedito” y por sus afectos o seguidores más leales tenemos la experiencia que no funciona. Vivir un gobierno unipersonal como el que padeció la ciudad de México sería un error del que terminaríamos por arrepentirnos.
La cancelación del nuevo aeropuerto de Ciudad de México luego de todo lo que se ha invertido y ha comprometido; cancelar las reformas estructurales y la apertura de inversiones al exterior sería tanto como cancelar el Tratado de Libre Comercio y cerrar las fronteras y vivir de la producción nacional y las fábricas del país con los resultados que hemos visto desde las décadas de la última mitad del siglo pasado.
Revertir el avance de la democracia sería un error, dejar el poder a los delfines presidenciales sería retroceder tantos años de avances aunque éstos sean insuficientes para un país que crece aceleradamente.
¿Se imagina Ud. la cancelación de las elecciones o la suplantación de éstas por un órgano electoral que sólo controle el gobierno? Hoy, la sociedad participa poco y se queja mucho, las instituciones podrían ser mejores, nos falta mucho para ser el país que cada uno aspira a tener pero no creo que la falta de reflexión nos lleve a los peores presidentes en la historia del país, esos que López Obrador admira por la manera vertical como usaron su poder.
No creo haya candidato aún que merezca ser presidente, menos Andrés Manuel que nos quiere engañar y forma parte de esa partidocracia que él mismo desprecia, pero regresarnos al país del partido hegemónico, al partido del gobierno no es una opción viable. Demasiado nos ha costado poder criticar al gobierno pero también elegirlo, señalarle lo que no nos parece para que seamos callados por una horda de agresivos seguidores.
El periodismo no puede ni debe callarse como Andrés pretende. Cambiar a Peña Nieto por uno peor no es una opción real para el crecimiento del país. No votemos con el hígado, reflexionemos aunque sé que es difícil hacerlo para aquellos que no tienen opción, que viven el día a día quizá sin futuro tangible. México realmente merece seguir cambiando para bien, no lo condenemos al regreso al pasado.