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José Francisco Lopez Vargas
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Por Francisco López Vargas
elnegrito_63@hotmail.com / Twiter: @elnegrito_63

Para los miembros de Morena la decisión de quienes serán sus candidatos saben que será la del gran patriarca Andrés Manuel López Obrador y, aunque lo saben, aseguran que será mediante acuerdos, encuestas, pero no admiten que podría ser por su dedo flamígero.

Sí, el dedo de Andrés supliría, en ese México de nostalgia que hoy preteden reeditar, el “dedazo” presidencial del que tanto se quejan los priistas y el que no les dio la candidatura dentro del PRI y forzó a la renuncia a otros personajes de la izquierda, entre ellos, Andrés Manuel.

La economía mixta, esa que tan malas experiencias nos dio en el gobierno de Luis Echeverría y en el de José López Portillo, será reeditado para apartarnos del modelo que la mafia del poder, encabezada por Carlos Salinas, nos ha impuesto y que ha llevado al país al fracaso.

Pero los priistas no se quedan atrás. En su asamblea y las mesas previas, los tricolores no saben qué hacer: si encerrarse en ellos mismos y reservar para sus cúpulas las candidaturas o abrirse a sus militancia o a la sociedad que aspiran gobernar y que sería la que vote por ellos.

El fin de semana será la asamblea del PRI pero en las mesas de Visión de Futuro y de Estatuto se definirá si los priistas se deciden a permitir que simpatizantes no afiliados sean candidatos o siguen poniéndose exigentes para que el 99 por ciento de sus militantes no tengan opción porque no llenan los requisitos de militancia, de elección popular o de dirigencia que se les exigen.

Los priistas no entienden: la sociedad no les perdona sus yerros, sus abusos ni su corrupción e impunidad. Sin embargo, usando una fantasía, Ivonne Ortega, la desprestigiada ex gobernadora de Yucatán, vende su activismo por “la militancia” pero se niega a aceptar que lo hace para que sea tomada en cuenta, para que vean que tiene con qué y que no le quiten su oportunidad de ser candidata presidencial. Claro, a ver si pega, como pegó en Yucatán gracias al error del PAN de postular como gobernador a Xavier Abreu Sierra, candidato oficial de Patricio Patrón y de Felipe Calderón.

Pero Ivonne Ortega no es la única que se queja de la imposición de las cúpulas –ella no se quejó cuando la impusieron-, sino que otros priistas ven con preocupación que su militancia se vea afectada porque de nada le valdrá si no queda en un cargo público su gallo, ese al que siguen, al que le rezan para que no se siente en la banca.

Precisamente por eso la sociedad no puede votar por un proyecto que le sea ajeno. Morena y el PRI se parecen porque no incluyen en sus cargos de elección popular ni administrativos a quienes sean ajenos a su doctrina, a su militancia, a sus mañas. Además, porque sólo apuran a un candidato que sea de su ideología y de su grupo, precisamente lo que ha llevado al gobierno de Peña Nieto a tener una muy baja calificación por esa conducta cerrada a sus cercanos que lo ha alejado de sus gobernados.

¿Qué diferencia pueden hacer los políticos tradicionales si todas sus decisiones serán para privilegiar su clientela política, para fortalecer a sus seguidores y para imponer sus políticas? No, la sociedad no necesita partidos que sólo vean hacia adentro, a su militancia y a sus intereses particulares.

¿Por qué no podemos tener en México un gobierno que funcione tan bien que no importe quien lo encabeza? La profesionalización y la erradicación de la militancia en el gobierno y en la burocracia es indispensable, pero ineludible que quien lo encabece sea un sujeto comprometido con la honradez, con la aplicación de la justicia y cero impunidad.

Es indispensable que quienes ganen la elección no engorden el aparato administrativo del gobierno y que quienes estén ahí no tengan la guillotina pendiendo de su cuello dependiendo de quien gana las elecciones. Los cargos deberían ser por la calidad y el grado de profesionalismo de los empleados, no por su militancia ni por su relación con Pero la transición nos desilusionó a todos. La justicia no llegó ni el encarcelamiento para los grandes defraudadores de la administración pública.

Dulce María Sauri, presidenta del PRI en el 2000, cargó con una derrota que sólo evidenció que la era del candidato oficial había terminado. Ella se negó a hacer un primer gobierno con el PAN desde la presidencia del PRI y dejó esa dirigencia como pago por el error del descalabro.

Sin embargo, quedó claro que a Vicente Fox le quedó grande la silla presidencial: se negó a reformar al país y a hacer justicia contra quienes habían acreditado que abusaron de las arcas públicas, incluso para financiar la campaña presidencial. No hubo estrategia para desactivar a los burócratas priistas, ni para contener a los gobernadores que terminaron por integrarse en la Conago.

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