Por Francisco López Vargas
El ex gobernador de Campeche, Antonio González Curi, fue el único que se atrevió a firmar un desplegado en el periódico Reforma sobre la pugna que se vive hoy al interior del PRI: pidió se privilegie la militancia, que se respete la experiencia y que se evite que gente sin ambas sea candidata a cargos de elección popular en los comicios que vienen el próximo año y que se haga una consulta a la base.
Para él, quienes integran el actual gabinete presidencial son personas vinculadas con ideas de derecha ya que son egresados de escuelas para ricos –su hermano Jorge Luis es arquitecto por la Ibero- y no representan una opción para darle al partido y al país una nueva visión política y económica.
Ivonne Ortega, la ex gobernadora de Yucatán, encabeza una facción que exige lo mismo: Expresión Militante y de ahí otras se han integrado con personajes que escasamente son conocidos o no son figuras públicas: Alianza Generacional, Corriente Crítica, Democracia Interna representada por Ulises Ruiz Ortiz, el desprestigiado ex gobernador de Oaxaca y delegado del CEN en la derrota del PRI en Quintana Roo.
Para los priistas, por eso su queja, definir al candidato debe ser una decisión que se consulte a la base militante y que se privilegie no sólo los años de ser priista sino también el que se haya sido dirigente y electo para un cargo de representación en alguna cámara, de manera ideal aunque este candado fue eliminado en 2013.
Las quejas tienen que ver precisamente con esa posibilidad de perder la presidencia si no se escoge al candidato adecuado y en ello los priistas quejosos se olvidan que muchos de los vicios del partido han sido aceptados si con ello se beneficia a sus cabezas de grupo o a ellos mismos.
Ivonne Ortega tiene una visión idílica de la democracia interna porque ella fue candidata gracias a que nadie en el PRI yucateco deseaba serlo porque sabían que la derrota sería inminente. Se equivocaron y la menos probable ganó la gubernatura y vaya que acreditó un desprestigio que le costó a su partido la alcaldía de Mérida, una constante exigencia de los priistas por exigirle al gobernador Rolando Zapata un proceso contra ella y sus colaboradores y la exhibición de todos los excesos de la ex primera dama yucateca.
Hoy, Ivonne quiere ser presidente de la República pero sabe que no tiene con qué y por eso se hace notar con sus declaraciones rebeldes, audaces y hasta contradictorias.
Antonio González critica al PRI porque en Quintana Roo se le quitó al candidato “natural” la postulación del partido y ello derivó en una derrota. Empero, él también vetó a Aracely Escalante Jasso para ser la candidata a gobernadora a pesar de tener la aprobación más grande en Campeche, y privilegiar al empleado de su hermano Jorge Carlos Hurtado pasando también sobre Fernando Ortega Bernés, a quien mandó al ayuntamiento de la capital.
Esa decisión de González le provocó la derrota al PRI en Campeche a manos de Juan Carlos del Río, candidato del PAN, pero el panista no tuvo capacidad jurídica para pelear el atropello en los comicios del 2003. Lo mismo pasó años antes en Carmen cuando en 2000 se perdió el ayuntamiento de Ciudad del Carmen a manos del PAN, por el efecto Fox.
Como se ve, los priistas no tienen claro cómo ha evolucionado la sociedad en las últimas décadas. La evolución ciudadana desde 1968 no ha parado y se ha convertido en más contestataria desde la aparición de las redes sociales, pero esa respuesta tiene que ver directamente con el desencanto social ante la falta de resultados de los gobiernos electos de todos los partidos.
Veracruz no tuvo suficiente con Fidel Herrera y se eligió a Javier Duarte; Humberto Moreira fue un escándalo y no por eso se evitó el triunfo de su hermano y ahora de su delfín; el Estado de México no parece registrar el declive de la entidad desde los gobiernos de Arturo Montiel y no por ello no votaron por Peña Nieto ni Eruviel Avila y ahora por Del Mazo, que vaya que costó trabajo no sufrir derrota por un partido nuevo y por una mujer desconocida.
La nueva revuelta del PRI no tiene nada de nueva. Los “dedazos” de los presidentes priistas hace sexenios que no complacen a nadie y creo que la decisión de Salinas por Luis Donaldo Colosio llevó al extremo de que el disgusto del PRI tradicional asesinó a su candidato para imponer a su coordinador de campaña.
El disgusto de los priistas de entonces, como ahora, era que Salinas imponía su visión del México del siglo XXI y pasaba por encima de los planes de los priistas tradicionales acostumbrados “al me toca” como con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo en 1988 –con la designación de Salinas candidato- a la declaración de López Portillo de que fue el último presidente de la revolución mexicana.
Peña, como todos los gobernadores actuales, sueña con dejar a un delfín que le permita continuar su proyecto de gobierno y, hay que decirlo, una protección personal transexenal.
Sin embargo, a los priistas inconformes pareciera no caberles en la cabeza que ese partido necesita ventilarse, adecuarse a las nuevas tendencias ciudadanas que están hartas de los partidos políticos hegemónicos y que terminaron de entender que los milagros económicos y sociales no existen con un cambio de gobierno ni de partido en el gobierno.
Hoy, el pánico por la posible victoria de Morena y con ello la eliminación de sus privilegios, tiene a los priistas sin darse cuenta de que ellos mismos son los autores de su mala fama, de su mala presencia y de su nula aceptación entre la ciudadanía.
Las encuestas dicen que la mayoría de la gente no votaría por el PRI, pero los mismos muestreos señalan que tampoco lo harían por Andrés Manuel López Obrador.
Y esa mala fama incluye a todos los miembros del gabinete presidencial cuya vinculación con Peña puede resultarles un lastre.
Pero en el camino, los priistas no se dan cuenta de que ellos mismos vetan a la sociedad para privilegiar a la militancia, esa que tantas cosas les perdona y que se constituye en su voto duro.
Los priistas, acostumbrados a ser los herederos de la revolución, proponen cambiar sus métodos de elección para seguir siendo ellos mismos: los militantes, esos que se doblegan ante la decisión de la cúpula aunque aleguen la necesidad de abrirse a la sociedad y a sus miembros, esos que sí tienen fama pública.