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José Francisco Lopez Vargas
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Vaya que dio pena. Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación y presidente del Consejo Nacional Electoral con Miguel de la Madrid, secretario de Educación con Carlos Salinas de Gortari, gobernador de Puebla en tiempos de Ernesto Zedillo declaró al matutino Reforma que no había cifras para declarar ganador de la elección de 1988 a Salinas sobre Cuauhtémoc Cárdenas.

Él, el operador que declaró que se cayó el sistema, viene ahora a vendernos que no tuvo responsabilidad, que él no avaló lo que salió a decir el presidente del PRI de esa época, Jorge de la Vega Domínguez, dándole el triunfo a su candidato.

Bartlett es el ejemplo clásico del político que nunca ha tenido suficiente y no tiene responsabilidad de nada. Que su partido nunca le dio lo que él merecía y por lo tanto decidió renunciar a su militancia para buscar otras oportunidades.
Vaya que sabía en lo que se metía y hasta bien que cobró por sus “favores” al sistema.

Bartlett resume el origen y la obra de varios de quienes hoy se suman al partido de López Obrador. Es la viva imagen de quienes empoderados no pueden vivir sin estar en el gobierno, sin cobrar en el sistema que les dio cobijo.

Layda Sansores, hija de Carlos Sansores Pérez, presidente nacional del PRI, presidente del Congreso y director del ISSSTE, que no dudó en traicionar, en financiar a otros partidos para él sobresalir; Ricardo Monreal, quien renunció a su priismo cuando no lo nombraron gobernador de Zacatecas por el tricolor y lo fue por el PRD; Andrés Manuel, presidente del PRI en Tabasco, que renunció cuando no lo hicieron candidato a gobernador en su natal estado. Los mismos y lo mismo: traidores cuya ideología nunca es idéntica, nunca es motivo de principios sino razón personal para ser tomada en cuenta.

Los tiempos que vive el país son de pena: Un gobierno que se acabó antes de terminar, secretarios que no dan la cara por un presidente que, de torpe, no lo bajan las redes sociales; un presidente que logró los cambios para el país, pero no supo prevenir los coletazos de los afectados, de quienes sus intereses se extinguieron y se niegan a aceptarlo.

El 60 por ciento de los mexicanos en pobreza definen las políticas del último intento por acreditar que el régimen sigue vigente, sin entender que la población vota con la bolsa, con el hígado y con la necesidad del momento.

Vaya que Bartlett le metió ruido a su rescatador que, no lo ha hecho mal, se la jugó sólo con acreditar a Lino Korrodi, el operador de Fox, el que financió esa campaña que el tabasqueño no perdió y que por eso merece otra oportunidad.
Tiempos de vergüenza: no hay principios sólo pragmatismo y una mediocridad que insulta. Es como si hubiera que elegir entre lo peor y lo detestable, la inmundicia y la ambición, las traiciones y el hedor.

Conocí a Bartlett en los días que Víctor Cervera Pacheco era gobernador impuesto en un interinato ilegal, contrario a la Constitución. El yucateco se había manifestado por el secretario de Gobernación. Su familia visitaba Mérida, se hospedaba en un hotel del rumbo del aeropuerto, pero la designación no fue para él.

Cervera sería secretario general adjunto del PRI, de la mano de Manuel Camacho Solís, en la campaña de Salinas. El gobernador yucateco sería también secretario de la Reforma Agraria con el nuevo gobierno y por fin candidato del PRI a la gubernatura con el consiguiente escándalo de la reelección para un nuevo periodo: gobernador por 10 años, el único en la historia del país.

Y ahora Bartlett confiesa que él no fue responsable del triunfo de Salinas, que no lo logró según las cifras.

Bien por Andrés Manuel. Se rodea de lo peor del sistema, de las balas perdidas, de los prófugos de la justicia, de los malhechores más buscados sin que haya quien lo cuestione, sin que haya quien le diga que no a los deseos del dictadorzuelo, del ya presidente ganador.
Tiempos de vergüenza, de pena, de justificación injustificable.

Y otra yucateca sigue el mal ejemplo. Ivonne Ortega se rehúsa a aceptar el dedazo, ese que añoraban los priistas, ese que le dio a ella impunidad al saquear a un gobierno, a un estado para apoyar la campaña del presidente que ella ahora cuestiona, que rechaza, que le disgusta.

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