Avanzar retrocediendo

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Por Francisco López Vargas

A menos de tres años del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, el desastre nacional provocado por su falta de resultados y de su plan de gobierno necesita desviar la atención porque los resultados económicos, en seguridad, en salud y en rubros básicos del país simplemente no existen.

El desastre es absoluto y el presidente no termina de asimilar el descalabro electoral que padeció en los comicios recientes y ello lo ha llevado a radicalizarse, a un plan b en el que, hasta ahora, van ganado los rudos de su gobierno.

La atención que cada vez más merecen los dislates del actual gobierno han ameritado que el propio presidente sea el que se encargue de los distractores y por ello ha abierto ya el juego sucesorio corriendo el riesgo de que su favorita se funda, y que él no pueda contener a los ahora desbocados que él mismo enlistó, en un gobierno que él dice no es como lo eran los anteriores.

Andrés Manuel no deja de manifestar su predilección por Claudia Sheinbaum al extremo que de que para evitar salga lesionada del percance de la Línea 12 del metro, asume toda la responsabilidad y hasta se queda para él toda la información y las decisiones sobre ese desastre que costó 26 vidas humanas.

Sin embargo, al quitarla de en medio, el presidente la lesiona porque hace evidente que ella no es la que gobierna la capital del país y que, además, es a quien más le interesa promover como su sucesora.

Para desviar la atención, el presidente mete al juego sucesorio a varios miembros más de su gabinete, incluido Marcelo Ebrard que como canciller ha sido el único al que le ha tenido confianza para sacar las castañas del fuego en varios temas delicados. Empero, ni porque Marcelo renunció a su aspiración legítima y le cedió la candidatura, el presidente está dispuesto a reconocerle su lealtad y eficacia.

Después de la limpia a su gobierno y del castigo a varios de sus colaboradores que él considera responsables de la derrota electoral, el presidente mueve a quienes sabe no tienen mayor aspiración y se someterán a su decisión mientras que otros actores políticos dentro de Morena ya operan para incentivar su propio proyecto político que, como se sabe, podría no ser parte de la 4T.

Ricardo Monreal parece no convidado al destape. El presidente no lo cita, pero, de nuevo, viene fuerte su aspiración aunque también su salida generará una división interna que tampoco se descarta cuando Ebrard sale a hablar de su aspiración y se le ve con gente de Movimiento Ciudadano y parte de los simpatizantes del Verde.

El presidente tiene sus cartas, pero esas aún no las hace visibles porque, quiérase o no lo sometería a un desgaste innecesario cuando aún no se llega al medio tiempo del actual gobierno. López Obrador tiene un proyecto, que es de cambio histórico, pero para consolidarlo necesita destruir algo para crear algo nuevo. No hay cambio sin destrucción, pero puede haber destrucción sin el cambio: destrucción sin creación y es precisamente eso lo que se bosqueja cuando no hay resultados visibles.

Es mucho lo que ha sucedido en México durante los años del gobierno del presidente López Obrador, camino a su llamada Cuarta Transformación y poco ha sido relevante.
Un gobierno que confunde su elección democrática con un mandato transformador de pretensiones revolucionarias puede destruir en su prisa radical muchas cosas sin cambiarlas por nada mejor, como se ha visto hasta ahora, dice Nexos.

Esa falta de resultados bien puede encubrirse en el “tapadismo”. Cambiar la discusión a un tema que nos seduce a todos para dejar de hablar de los otros temas que nos están afectando, que nos metamos de lleno a ese proceso de elucubración que parte de lo que sabemos y de lo que deseamos: que el candidato sea nuestro favorito, aunque no lo conozcamos.

Eso mientras otro segmento se entretiene con una consulta patito que también es distractor: si hubiera expedientes contra los ex presidentes, López Obrador estaría violentado la ley al no aplicarla y podría considerarse como un cómplice que encubre a sus antecesores teniendo todo el poder del estado para procesarlos.

Pero la sucesión anticipada también da pie a preguntarnos: ¿ya se cansó el presidente y está acelerando su sucesión?, ¿se siente tan débil después de los comicios que pretenden crecer o hacer crecer a alguien a partir de su popularidad?, ¿Sheinbaum es sólo un distractor?, ¿ahora si le cumplirá a Marcelo?

Los pendientes presidenciales no los ve como algo de Estado, como algo importante porque la situación del país no le quita el sueño como se lo quita el perder el poder.
López Obrador no es demócrata y menos un presidente para todos.

¿Lo aprovechará la oposición?

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