Por Víctor Beltri
No puede haber otra descripción para un año que termina marcado por la desesperanza y la desolación en el mundo entero. Los presagios cumplidos, los escándalos políticos, las sorpresas en las urnas. Las grandes tragedias —y la miseria humana— que convirtieron al espanto en algo cotidiano.
2016 será recordado, sin embargo, como el año anterior al choque de civilizaciones que comenzó con la llegada de los extremismos islámicos y que ahora encuentra su contraparte en el extremismo capitalista de Trump y el extremismo de derecha y los nuevos nacionalismos en los países europeos, que podrían traducirse en la llegada al poder de Le Pen a Francia y Wilders a los Países Bajos, con lo que no sólo la continuidad de la Unión Europea estaría en riesgo, sino que la relación del mundo occidental con el islámico cambiaría por completo.
El mundo está en peligro. Cuando Putin decidió influir en la elección norteamericana sin duda sabía lo que tenía que hacer para asestar un golpe brutal a su peor enemigo: quien hoy se apresta para tomar el poder es un incapaz que desdeña los reportes de inteligencia y ha nombrado como su asesor, en temas de seguridad nacional, a un militar retirado que no sólo cree y difunde conspiraciones absurdas, sino que se ha declarado listo para pelear otra guerra mundial y considera al Islam como “un cáncer maligno”: este es el hombre cuya responsabilidad será coordinar el trabajo de las agencias de seguridad como el Pentágono, la CIA, Homeland Security o el Departamento de Estado, entre otras, y asegurarse de que Trump tenga la información necesaria para tomar decisiones.
Un extremista al servicio de su religión y sus propios intereses. Un extremista, como el próximo vicepresidente Pence, que no cree en la teoría de la evolución y odia a los homosexuales. Un extremista, como el encargado de la Agencia de Protección Ambiental, que no cree en el cambio climático y piensa que es un embuste para enriquecer a algunos. Un extremista como el propio Trump, o como los que declaran la yihad en Oriente Medio, que tampoco creen en la ciencia, o en la diversidad, y anteponen su religión a cualquier criterio.
Extremismos que son el imperio de la barbarie sobre la razón, y que terminarán por encontrarse no sólo en el campo de batalla sino en las calles de nuestras ciudades. Trump ha prometido aplastar y destruir a Daesh, tal como lo han hecho los líderes de la extrema derecha europea. El discurso del radicalismo cobra fuerza y adeptos en un lado y el otro, entre consignas inflamadas y ataques espontáneos que se repiten cada vez con más frecuencia. La situación es, verdaderamente, preocupante.
Preocupante, como la situación en México. Los hechos de San Miguel Totolapan muestran, una vez más, la ausencia total del Estado de derecho en comunidades —además— tradicionalmente marginadas y que lleva a los ciudadanos a tomar la justicia en sus manos, ante unas autoridades cómplices de la delincuencia. ¿Cuántas comunidades están en las mismas circunstancias? ¿Cuántos ciudadanos se están cansando de tener miedo? Totolapan es un ejemplo por varias razones: por un lado, debe ser tomado —por las autoridades— como muestra de lo que puede ocurrir si no se toman medidas urgentes para brindar seguridad a la población; por otro, el éxito de los pobladores para imponerse a la delincuencia motivará, sin duda, la aparición de autodefensas en otros lugares del país y violencia sin control. Todo esto, mientras nuestro vecino se prepara para emprender una cruzada en la que nos ha designado, también, como enemigos. Annus horribilis que termina, annus horribilis que parece comenzar.
Espero que las fiestas en familia nos permitan encontrar un poco de la paz que necesitamos. Agradezco un año más de lectura y diálogo, y estaremos de regreso, Nadando entre Tiburones, el 9 de enero. Hasta entonces.