El fracaso ha de reconciliarnos
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Reconciliarse es la mayor victoria que puede cosechar el ser humano en
su vida. Necesitamos aproximarnos, y para que esto se produzca, se requiere
tener la convicción de que todos somos parte imprescindible de esa familia
humana y que, únicamente unidos, podemos armonizar ese destino colectivo de
concordia que tanto añoramos. Es hora, en consecuencia, de detenerse y
reflexionar más allá de las bellas retóricas que nos injertamos a diario;
también es el momento de la acción conjunta y conjuntada con un espíritu de
donación total, que es lo que verdaderamente nos enternece, haciéndonos más humanos.
Sin duda, necesitamos de otro andar menos tenso, si en verdad queremos
propiciar el sosiego. “Nunca más debemos repetir los horrores de la
guerra”, dijo Abe tras visitar junto al presidente Barack Obama el
memorial a los muertos en ataque de Pearl Harbor (Hawái) de 1941.
Los moradores han de aprender a tolerarse, a redimirse, a volver a ser
parte del poema de la luz. Ya está bien de tantas violencias, de tantas
violaciones a nuestra propia existencia; pongamos justicia y paz en casa, entre
nuestras familias, en nuestro pueblo, en nuestro mundo, en nuestro hábitat. La
labor, ciertamente, ha de comenzarse por uno mismo y luego por su gente, entre
toda la gente, a toda la humanidad. Indudablemente, para esto se necesitan pocos
discursos y mucha coherencia, eso sí una buena dosis de valentía y de
sinceridad en el diálogo; desterrando justamente, con este actuar cualquier
incentivo de venganza, de dominio y corrupción.
Aquellos que poseen el soplo de discernimiento saben cuánta diferencia
puede mediar entre dos maneras de decir las cosas e incluso entre dos locuciones
semejantes, según los sitios y las situaciones. Hemos llegado a un punto de
endiosamiento que no vemos nuestros fracasos. Necesitamos un acto de humildad,
de grandeza interior para poder penetrar y comprender, para conciliar la
ecuanimidad con la libertad, para descubrir lo auténtico en un ambiente de
tantas falsedades. No más poderosos, sino servidores. No más esclavos, sino
consanguíneos. Andamos hambrientos de amor. Deberíamos concertar tareas, con
intención de auxilio y de ejemplo, sobre todo para el desarrollo de un planeta
más ordenado y de una ciudadanía más gozosa, máxime ante el aumento del número
de refugiados. Igualmente hemos de mejorar nuestro propio entorno. Cada día son
más los factores de riesgo ambientales, como la contaminación del aire, del
agua y el suelo, la exposición a los productos químicos, la radiación
ultravioleta…
Asimismo, todo ser humano, provenga de la cultura que provenga, ha de
ser mucho más dialogante y pensar que las controversias se pueden resolver
todas por los caminos de la razón. En este sentido, los organismos
internacionales, instituidos para este fin mediante acuerdos y alianzas, han de
ser sustentados por todos, dotándolos de autoridad y de medios suficientes para
su gran misión de hermanamiento del linaje. Nos alegra, por consiguiente, que
una coalición de sesenta gobiernos se haya comprometido en 2016 a donar 75.000
millones de dólares para los fondos del Banco Mundial destinados a apoyar a los
países más pobres.
Hermanados en el mutuo respeto entre culturas diversas, la convivencia
será más fácil. Desde luego, Naciones Unidas está en una posición privilegiada
y única para ofrecer una visión que permita superar los desafíos globales y
fortalecer el vínculo entre paz y seguridad, desarrollo sostenible y política
sobre derechos humanos. Confiamos en que António Guterres, que inicia su labor
como Secretario General con el inicio del año, avive estos aires universalistas
conciliadores, pues, en efecto como él mismo ha dicho: “el miedo hoy
impulsa las decisiones de muchas personas en todo el mundo”. Hoy más que
nunca no se puede perder de vista nuestros valores universales, verdaderamente
amparados en la Carta, la que nos invita a una transformación del corazón,
pulso necesario e imprescindible para poder armonizarnos como especie.
Tan solo desde la generosidad se pueden restituir lazos fraternos. Téngase
en cuenta que la nueva época no va a ser fácil para nadie. Para empezar se
necesitarán seiscientos millones de nuevos puestos de trabajo en los próximos
diez años para abastecer la demanda que se generará cuando mil millones de
jóvenes ingresen al mercado laboral, de los cuales sólo el 40% podrá conseguir
empleo. Por tanto, el ser humano tiene que dejarse reconciliar consigo mismo,
con sus análogos. Nadie contra nadie. Todos con todos. No hay mejor receta que
escucharse y escuchar, para utilizar el lenguaje del perdón, para activar
entornos adecuados y regresar a la autenticidad de las palabras, que son las
que nos hablan profundo y claro. Al fin
y al cabo, nuestro ideal más querido ha de ser el de sentirnos libres,
acompañados y con iguales oportunidades a la hora de transitar por la vida.
Ojalá 2017, sea el año del corazón y no el de las corazas, en el que se
fabriquen menos armas que nunca; y, por el contrario, sean las almas las que activen
e incentiven el níveo amor en los cuerpos.