Por: David Moreno.
El viaje es un elemento fundamental en la ciencia ficción. Suele tener
varias funciones: es la forma de contacto con la otredad imaginada, es un
elemento que alude inevitablemente al espíritu nómada, explorador y aventurero
del ser humano y al mismo tiempo funciona como componente introspectivo y que
enfrenta a quien se embarca en alguna travesía con sus propios fantasmas, con
sus propios miedos y sus virtudes. Directores como Méliès, Kubrick, Tarkovski o
más recientemente Denis Villenueve o Ridley Scott han utilizado al viaje para
reflexionar sobre la condición humana a partir de un escenario futurista en el
que ésta es puesta a prueba.
En este mismo sentido James Gray va a utilizar en Ad Astra al viaje
para narrar una historia en la que el astronauta se someterá a la tensión que
supone ausentarse del planeta para emprender un camino nunca antes recorrido y
en el que lo desconocido surge como un reto atemorizante y que, evidentemente,
pone a prueba todas las capacidades de quien decide formar parte de una
expedición hacía otros mundos, hacía los confines mismos de nuestro vecindario
solar. Gray va a contar la historia de Roy McBride (Brad Pitt) un experimentado
astronauta quien sigue los pasos de su padre Clifford McBride (Tommy Lee
Jones), una leyenda entre los viajeros espaciales y que desapareció varios años
antes en una misión conocida como Proyecto Lima la cual tenía como objetivo
establecer los primeros contactos con inteligencias extraterrestres. Una serie
de explosiones de origen desconocido provocan que Roy McBride se aventure en
una misión destinada a encontrar la fuente de los estallidos, los cuales por
sus características y dimensiones suponen una amenaza para la vida en la tierra
y en general para todo el sistema solar. Para ello el astronauta tendrá que
viajar a Marte, lugar en el que los humanos han establecido una base espacial,
y de ahí intentar entrar en contacto con su padre quien, de estar vivo, podría
tener la respuesta que permita terminar con la amenaza.
Gray reflexionará sobre las consecuencias que puede traer consigo el
recorrer más de cuatro billones de kilómetros para completar una misión
trascendental; también, aunque en forma de subtexto, sobre lo que puede
acarrear para la humanidad el buscar el progreso en los confines del espacio y
la obsesión por responder a la pregunta más importante que el hombre se ha
hecho: ¿Hay alguien ahí afuera o estamos solos en este vasto e infinito
universo? Ello trae una serie de implicaciones de carácter psicológico en el
aventurero espacial quien constantemente es sometido a pruebas psico-emotivas
que determinan sus condiciones mentales y emocionales ante la carga que debe
llevar consigo al viajar por el espacio. Gray narrará con gran habilidad tales
implicaciones, utilizando amplios planos generales para mostrar el vasto
infinito con el que los navegantes espaciales tienen que lidiar generando en el
espectador una sensación de extravío, de pérdida de contacto con lo conocido.
En contraparte retratará a las naves espaciales como sitios claustrofóbicos en
los que la vida transcurre en una rutina desesperante la cual lleva al límite a
personas para los que el tiempo y la distancia cobran un nuevo significado al
desaparecer la cotidianidad que traen consigo las horas, los días, las noches y
los caminos a las que uno se enfrenta con la seguridad que se terminará
aterrizando en un lugar que aunque extraño no deja tener la familiaridad que se
produce en cualquier sitio del Planeta Tierra.
Un soberbio Brad Pitt entenderá perfectamente lo anterior y por lo tanto
entrega una actuación introspectiva en la que complementará al viaje hacía el
universo vasto e infinito con su propio recorrido hacía los desconocidos
confines de el espacio interior, y del incesante camino del autodescubrimiento.
Su Roy McBride se enfrentará las secuelas que le han dejado no solamente sus
viajes al espacio sino también las provocadas por la ausencia de un padre que
prefirió la aventura, el paso a la trascendencia histórica que siempre alcanzan
los primeros viajeros, a la crianza de un hijo y la formación de una familia,
secuelas que recibirán un golpe certero que las hará girar y ser replanteadas
ante la posibilidad de que el padre a quien creía muerto pudiera estar vivo.
Ad Astra de James Gray es una película que especula sobre un futuro no muy
lejano, uno en el que los humanos han extendido su dominio más allá de la
atmósfera de la tierra para dar los primeros pasos hacía un espacio que los
espera lleno de misterios, que les ha mirado indiferente durante siglos y que
con la misma indiferencia está dispuesto a poner a prueba a todas las personas
que se atrevan a usar la tecnología para aventurarse en sus desconocidas
entrañas. Pero también un futuro que enfrenta a la humanidad con los espectros
más antiguos de su propia condición, aquellos definidos por el amor en todas
sus expresiones, complejidades, oscuros y luminosos trayectos. Aquellos en los
que la búsqueda de un ser extraño, diferente e inteligente constituya también
el encuentro con ese alienígena habitante interior que está en la espera de ser
encontrado para finalmente descubrir quienes somos y así alcanzar esa paz que
llega con el final de nuestro propio viaje.
Un gran logro.