Por Uuc-kib Espadas Ancona.
La conocí, conjeturo, en 1979 ó 1980, mis primeros años de militancia en el Partido Comunista. En aquél momento era para mí simplemente la mamá de Yuri.
Mi amigo empezaba también su actividad partidista, por lo que la veía con cierta regularidad. Pronto supe que ella también había sido militante del partido y, si bien ya no lo era, veía con buenos ojos nuestra participación. En su casa, entre otras, se reunía de tanto en tanto nuestra célula, de estudiantes preparatorianos.
Recuerdo ahí algunas muy intensas discusiones, moderadas con paciencia de santo por la también profesora Yadira Medina, con vistas al XX Congreso del PCM. En éste se registrarían los grandes cambios ideológicos y programáticos que marcaron el rumbo de la izquierda socialista en general en los siguientes lustros.
Recuerdo particularmente un día en que pasé la noche en su casa, para salir con Yuri de madrugada a un congreso estatal en Valladolid. Evitando discutir sobre mi militancia con los míos, me inventé que se trataba de una pijamada o algo así.
Para mi sorpresa, Doña Celia estaba al tanto de mi cuasi-fuga, y si bien no echó voladores para celebrarla, la aceptó. La vería como un acto de legítima rebeldía o algo así, no lo sé. Lo que sí sé es que esa fue la primera vez que me di cuenta de qué, allende la diferencia generacional y ya sin credencial del partido, seguía siendo una compañera de lucha.
Supongo que, a esas alturas, veía nuestra militancia más con ternura que con preocupación, pues ya habían pasado los peores años de la represión en México.
En ellos pagó un elevadísimo precio personal, que incluyó la brutal tarea de llevar a sus hijos de visita al Palacio Negro, Lecumberri. Lo hizo con tal temple y fortaleza que, al correr de los años, le permitían contarlo sin amargura, y hasta con alguna anécdota divertida, como la de Yuri, a la sazón de cinco o seis años de edad, señalando el fusil de un soldado y diciéndole “así tenemos en mi casa”.
Los años corrieron y los jóvenes dejaron de serlo; algunos nos fuimos y después regresamos. Los amigos seguimos siéndolo, habiendo dejado de militar en algún momento. Nuestras nuevas reuniones, no exentas del espíritu de debate que al parecer nos llevaremos a la tumba, se volvieron cada vez más familiares. En ellas, Doña Celia era una presencia tan frecuente como grata. Su carácter siempre afable, su serenidad, y sus fortísimas convicciones estaban siempre bañadas de alegría y de un sentido del humor excepcional. Era una gran conversadora y una extraordinaria relatora de anécdotas, que iban desde su militancia juvenil hasta su nietos. Tenía esa rara virtud de reírse de sí misma, hasta a carcajadas, como cuando, poblana al fin, recordaba su sorpresa al descubrir que en Talavera de la Reina también se hacía talavera.
Doña Celia dejó de existir el 29 de octubre. Ha sido una noticia muy ingrata, con el sabor de lo que ya no se recuperará y la nostalgia que las grandes personas dejan. Madre, camarada, profesora, quienes la tratamos la extrañaremos siempre. Tomo prestados los versos del gran Calos Puebla para decir, Aquí queda la clara/la entrañable transparencia/de tu querida presencia/Camarada Celia Ramos.