Por Francisco López Vargas
Nadie desconoce al cierre de edición de esta semana cómo terminaron las elecciones de gobernadores en tres entidades: Estado de México, Coahuila –en conflicto- y Nayarit y los comicios de ayuntamientos en Veracruz que no aceptaron vaticinios certeros. El PRI ha sido derrotado aunque haya ganado en EdoMex porque no sólo logró menos votos y menos diferencias sino porque se vio la fragilidad de un candidato del status quo frente a una maestra, hija de un albañil.
Los comicios tienen como signo el desencanto de los mexicanos por los partidos políticos y sus prácticas además de sus escasos resultados como gobiernos que, hay que reconocerlo, no se diferencian a pesar de sus colores y postulados.
Atestiguamos la muerte anticipada del régimen como lo conocemos o tendremos que esperar hasta los comicios del 2018 para poder hablar de que lo que conocimos como nuestra normalidad democrática –incipiente- ha fracasado por la manera de actuar de quienes recibieron la estafeta para administrarnos como nación y como estado mexicano.
Seis estados nunca han tenido alternancia democrática: Campeche, Coahuila, Colima, Durango, Hidalgo y Estado de México y en dos de ellos se disputó esa opción el pasado domingo y pareciera que ni Estado de México y Coahuila –aún en duda- no entrarán en ella aunque en ambas se libra una difícil decisión final para el partido en el poder.
Tener la certeza de los resultados electorales hoy resulta verdaderamente imposible porque las elecciones se definen hasta el último minuto y no precisamente cuando cierre la última casilla sino muchos días después y aún semanas o meses si se llega a tribunales.
Lo cierto es que el país tendrá otro ánimo y otras características que terminarán definiendo la contienda presidencial del 2018. La mayor apuesta debería ser ciudadana para darse el gobierno que mejor les sirva pero eso no parece ser el quid del pasado domingo.
En Nayarit ganaría la oposición panista porque el fiscal resultó ser un capo del narcotráfico apoyado y protegido por el gobernador y por el gobierno federal que nunca supo quien era su interlocutor. ¿Será sólo por eso?
En Coahuila pareciera que será un triunfo difícil aún para erradicar a los hermanos Moreira que vaya que depredaron esa entidad y ahora pretenden dejar a un testaferro que les cuide las espaldas otros seis años. Humberto no puede creer que la gente está harta de él y que ni una elección local gana ahora.
Pero esa certeza de triunfo opositor no podía ser tan simple en el Estado de México. Ahí no sólo estaba en juego la tierra del presidente sino también una de las entidades con mayor número de votantes –más de 11.3 millones- y también de un presupuesto -216 mil millones- que podría servirle a López Obrador para construir estructura y la red que necesita para consolidar su tercera aspiración presidencial, esa que ha perdido dos veces.
Sin embargo, lo que atestiguamos el domingo como antesala de la elección presidencial de 2018 no es más que la más descarnada evidencia de que el sistema electoral de partidos como lo conocemos ya no resiste la prueba por las evidencias claras de la falta de candidatos no sólo legítimos para los electores sino limpios de nombre y conducta.
Delfina Gómez está acusada de corrupta y de ser un guiñapo más al servicio de López Obrador, una “juanita” que rememora vergonzosamente al candidato de Iztapalapa; Alfredo del Mazo pasó de ser el candidato más preparado y más experimentado al primo del presidente y al heredero del trono mexiquense, ni más ni menos, besado por la corrupción que se le atribuye a su grupo político famoso por sus lemas como la del político pobre es un pobre político; Josefina Vázquez Mota que no sólo acreditó el por qué perdió la elección presidencial sino besada por haber recibido recursos públicos de los que no supo deslindarse a tiempo a demás de la acusación contra su familia por conductas sospechosas que desestimó muy tarde la PGR.
Y finalmente un Juan Zepeda Hernández por el PRD que resultó el mejor de todos quizá precisamente por desconocido o por tener en esa entidad un perredismo más cohesionado al que, de paso, le dio un gran respiro.
Lo cierto es que los partidos no tienen candidatos presidenciales y basta ver lo que sucede hoy cuando Morena sigue utilizando su único cartucho aunque lo haya quemado dos veces el PRD y haya alcanzado la que, al parecer, será su máxima popularidad aunque le haya salido contraproducente el apoyo a Delfina y con sus exabruptos puso en riesgo su triunfo.
A la hora de las decisiones, no sólo basta tener a un candidato muy bien posicionado sino también que pueda seguir creciendo cuando, la experiencia lo dice, un desconocido puede aparecer y ser el más fresco y más vendible electoralmente hasta desplazar a los que se veían imbatibles.
¿Ganará el PRI la presidencia en 2018? No puede aseverarse como una verdad incontrovertible, no hoy y quizá ni el propio día de la elección como sucede ahora porque quedan recursos legales que pueden hacer la diferencia, sobre todo en resultados muy competidos.
Lo que sí es cierto es que mientras más expuesto se esté es más fácil cometer errores que hagan caer, igual que salir demasiado tarde no alcance para terminar de ganar, como pareciera el caso perredista en la elección mexiquense del domingo pasado.
Lo cierto es que México no será el mismo mientras el PRI reduce su número de gobernadores, pero sobre todo cuando ya no tiene Nuevo León, Veracruz, la Ciudad de México y Puebla, cuatro de los cinco con más electores y mayor presupuesto.
Ante ese escenario, el PRI tendrá que soportar una ofensiva opositora que, si se sabe poner de acuerdo, tendría presupuesto suficiente no sólo para sacarlo de Los Pinos sino para lograr una mayoría opositora en la cámara de diputados y senadores.
El número de gobernadores de oposición, muchos de ellos aliancistas y otros del PAN y PRD podrían terminar unidos no sólo por los recursos que manejan sino también porque la lógica política dice que hoy son mayoría y que las ocho gubernaturas que se disputan en 2018 podrían significar la puntilla.
Al PRI le queda encontrar a un candidato que pueda evitar esa alianza y que sea aceptado por una sociedad que realmente pueda verlo como una opción verídica, un candidato fresco, pero sobre todo que sabiendo quienes podrían ser sus opositores tenga definido cómo anular a López Obrador y cómo lograr que sus ofertas suenen creíbles, viables y no más de lo mismo.