Claroscuro

José Francisco Lopez Vargas
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La reconfiguración.

Por: Francisco López Vargas.

Nadie desconoce al cierre de edición de esta semana cómo terminaron
las elecciones de gobernadores en tres entidades: Estado de México, Coahuila –en
conflicto- y Nayarit y los comicios de ayuntamientos en Veracruz que no aceptaron
vaticinios certeros. El PRI ha sido derrotado aunque haya ganado en EdoMex
porque no sólo logró menos votos y menos diferencias sino porque se vio la
fragilidad de un candidato del status quo frente a una maestra, hija de un
albañil.

Los comicios tienen como signo el desencanto de los mexicanos por
los partidos políticos y sus prácticas además de sus escasos resultados como
gobiernos que, hay que reconocerlo, no se diferencian a pesar de sus colores y
postulados.

Atestiguamos la muerte anticipada del régimen como lo conocemos o
tendremos que esperar hasta los comicios del 2018 para poder hablar de que lo
que conocimos como nuestra normalidad democrática –incipiente- ha fracasado por
la manera de actuar de quienes recibieron la estafeta para administrarnos como
nación y como estado mexicano.

Seis estados nunca han tenido alternancia democrática: Campeche,
Coahuila, Colima, Durango, Hidalgo y Estado de México y en dos de ellos se
disputó esa opción el pasado domingo y pareciera que ni Estado de México y Coahuila
–aún en duda- no entrarán en ella aunque en ambas se libra una difícil decisión
final para el partido en el poder.

Tener la certeza de los resultados electorales hoy resulta
verdaderamente imposible porque las elecciones se definen hasta el último
minuto y no precisamente cuando cierre la última casilla sino muchos días
después y aún semanas o meses si se llega a tribunales.

Lo cierto es que el país tendrá otro ánimo y otras características
que terminarán definiendo la contienda presidencial del 2018.

La mayor apuesta debería ser ciudadana para darse el gobierno que
mejor les sirva pero eso no parece ser el quid del pasado domingo.

En Nayarit ganaría la oposición panista porque el fiscal resultó
ser un capo del narcotráfico apoyado y protegido por el gobernador y por el
gobierno federal que nunca supo quien era su interlocutor. ¿Será sólo por eso?

En Coahuila pareciera que será un triunfo difícil aún para
erradicar a los hermanos Moreira que vaya que depredaron esa entidad y ahora
pretenden dejar a un testaferro que les cuide las espaldas otros seis años.
Humberto no puede creer que la gente está harta de él y que ni una elección
local gana ahora.

Pero esa certeza de triunfo opositor no podía ser tan simple en el
Estado de México. Ahí no sólo estaba en juego la tierra del presidente sino
también una de las entidades con mayor número de votantes –más de 11.3
millones- y también de un presupuesto -216 mil millones- que podría servirle a
López Obrador para construir estructura y la red que necesita para consolidar
su tercera aspiración presidencial, esa que ha perdido dos veces.

Sin embargo, lo que atestiguamos el domingo como antesala de la
elección presidencial de 2018 no es más que la más descarnada evidencia de que
el sistema electoral de partidos como lo conocemos ya no resiste la prueba por
las evidencias claras de la falta de candidatos no sólo legítimos para los
electores sino limpios de nombre y conducta.

Delfina Gómez está acusada de corrupta y de ser un guiñapo más al
servicio de López Obrador, una “juanita” que rememora vergonzosamente al
candidato de Iztapalapa; Alfredo del Mazo pasó de ser el candidato más
preparado y más experimentado al primo del presidente y al heredero del trono
mexiquense, ni más ni menos, besado por la corrupción que se le atribuye a su
grupo político famoso por sus lemas como la del político pobre es un pobre
político; Josefina Vázquez Mota que no sólo acreditó el por qué perdió la
elección presidencial sino besada por haber recibido recursos públicos de los
que no supo deslindarse a tiempo a demás de la acusación contra su familia por
conductas sospechosas que desestimó muy tarde la PGR.

Y finalmente un Juan Zepeda Hernández por el PRD que resultó el
mejor de todos quizá precisamente por desconocido o por tener en esa entidad un
perredismo más cohesionado al que, de paso, le dio un gran respiro.

Lo cierto es que los partidos no tienen candidatos presidenciales y
basta ver lo que sucede hoy cuando Morena sigue utilizando su único cartucho aunque
lo haya quemado dos veces el PRD y haya alcanzado la que, al parecer, será su
máxima popularidad aunque le haya salido contraproducente el apoyo a Delfina y
con sus exabruptos puso en riesgo su triunfo.

A la hora de las decisiones, no sólo basta tener a un candidato
muy bien posicionado sino también que pueda seguir creciendo cuando, la
experiencia lo dice, un desconocido puede aparecer y ser el más fresco y más
vendible electoralmente hasta desplazar a los que se veían imbatibles.

¿Ganará el PRI la presidencia en 2018? No puede aseverarse como
una verdad incontrovertible, no hoy y quizá ni el propio día de la elección
como sucede ahora porque quedan recursos legales que pueden hacer la
diferencia, sobre todo en resultados muy competidos.

Lo que sí es cierto es que mientras más expuesto se esté es más
fácil cometer errores que hagan caer, igual que salir demasiado tarde no
alcance para terminar de ganar, como pareciera el caso perredista en la
elección mexiquense del domingo pasado.

Lo cierto es que México no será el mismo mientras el PRI reduce su
número de gobernadores, pero sobre todo cuando ya no tiene Nuevo León,
Veracruz, la Ciudad de México y Puebla, cuatro de los cinco con más electores y
mayor presupuesto.

Ante ese escenario, el PRI tendrá que soportar una ofensiva
opositora que, si se sabe poner de acuerdo, tendría presupuesto suficiente no
sólo para sacarlo de Los Pinos sino para lograr una mayoría opositora en la
cámara de diputados y senadores.

El número de gobernadores de oposición, muchos de ellos
aliancistas y otros del PAN y PRD podrían terminar unidos no sólo por los
recursos que manejan sino también porque la lógica política dice que hoy son
mayoría y que las ocho gubernaturas que se disputan en 2018 podrían significar
la puntilla.

Al PRI le queda encontrar a un candidato que pueda evitar esa
alianza y que sea aceptado por una sociedad que realmente pueda verlo como una
opción verídica, un candidato fresco, pero sobre todo que sabiendo quienes
podrían ser sus opositores tenga definido cómo anular a López Obrador y cómo
lograr que sus ofertas suenen creíbles, viables y no más de lo mismo.

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