Adictos a los sobornos.
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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La realidad está ahí. No se puede omitir. Cada año se paga un billón de
dólares en sobornos y se calcula que se roban 2,6 billones de dólares anuales
mediante la corrupción, suma que equivale a más del 5% del producto interior
bruto mundial. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, se
calcula que en los países avanzados se pierde, debido a la corrupción, una
cantidad de dinero diez veces mayor que la dedicada a la asistencia oficial
para el progreso. Desde luego, la falta de rectitud y honradez es tan notoria en ocasiones que nos
deja verdaderamente abatidos ante situaciones que nos llevan al sufrimiento y
al dolor. Sin duda, el entorno no puede ser más desolador: hay muchos pueblos,
ciudades y gente, que sufre mucha envida, mucha venganza, mucha mundanidad
espiritual y mucha corrupción. Pero todo este ambiente se derrumbará por sí
mismo, pues no hay penuria mayor que caminar por la vida hambrientos de
dignidad.
La decencia es lo que nos acrecienta un espíritu ético y, a la vez,
crítico; que es el que nos hace estar bien con nosotros mismos, llevándonos a
rechazar cualquier tipo de violencia. Por el contrario, los caminos que
conducen a la insatisfacción se pueden tornar radicales y finalmente en
fanatismo e intimidación. La ciudadanía a menudo cree que está a merced de esa
fuerza engañosa y que es solo una manera de cohabitar. Sin embargo, cada
sociedad, cada sector y cada ciudadano se beneficiarían de otra atmósfera más
digna, de unirse contra esta podredumbre de la cotidianeidad. Este año, siguiendo esa
atmósfera de alianzas, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) y la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC)
han aunado fuerzas en la campaña internacional contra la corrupción,
centrándose en cómo la perversión tiene un impacto en la educación, la sanidad,
la justicia, la democracia, la prosperidad y el bienestar.
Precisamente, la campaña internacional conjunta de 2016 se centra sobre
cómo esta energía depravada es uno de los mayores impedimentos para alcanzar
los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Ojalá tomemos conciencia de ello,
y esas personas que hoy tienen autoridad sobre otros, sea económica, política o
religiosa, recapaciten y antepongan la grandeza de la honestidad sobre todo lo
demás. ¡Bravo! a la Comisión Europea, imponiendo sanciones, a una serie de
entidades crediticias por prácticas abusivas, pactando los precios de productos
derivados de tipo de interés en euros, lo que viola las normas antimonopolio de
la Unión Europea. Asimismo, ¡bravo! por esa ciudadanía que se manifiesta y
protesta contra la corrupción política. Igualmente, ¡bravo! a un líder tan
emblemático como el Papa Francisco, que no ha dudado en manifestarse mil veces
contra la corrupción, llegando a decir que “la hay incluso en el Vaticano”. Como
botón de muestra, de esta gravísima enfermedad, la escandalosa concentración de
la riqueza global en manos de unos pocos privilegiados, ello es posible con la
complicidad de algunos irresponsables con poder en plaza. De pena. Por cierto,
ya en su época, Francisco de Quevedo, diagnosticó sobre el trastorno: “Por
nuestra codicia lo mucho es poco; por nuestra necesidad lo poco es mucho”.
En verdad, la podredumbre es algo que se contagia, y también en más de
una ocasión el Pontífice se refirió a la responsabilidad individual en la lucha
contra problemas colectivos: “Si no quieres corrupción en tu corazón, en tu
vida, en tu patria, empieza por ti mismo. Si no empiezas tú, tampoco lo hará el
vecino”. Los seres humanos se pervierten no tanto por el caudal de riqueza,
como por el desvelo de ese caudal; pues, con razón, se dice que la usura es el
origen de todos los males. Un mal que más que ajusticiar hay que curar.
Ciertamente, causa indignación ver cómo todo se degenera, cómo la corrupción
penetra y nos deja un sabor de inmoralidades a su paso. Bajo esta plaga
extensiva, tanto las instituciones como el Estado de Derecho se resienten y no
podemos disfrutar de ese virtuoso ánimo democrático, que nos dona confianza
para exponer los problemas y, así, poner los medios entre todos para
resolverlos. En cualquier caso, la adicción al soborno nunca debería ser
tratada como un mero delito, quizás deberíamos abordarla más como un problema
de estética humana, que exige revisión de alma, puesto que es aquello por lo
que vivimos, sentimos y pensamos.