Juegos de Poder

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Por Leo Zuckermann / Twitter: @leozuckermann

Vivimos en una época que, por muchas y buenas razones, la ciudadanía detesta a los políticos profesionales. Pero, como bien dice Héctor Aguilar Camín, sólo hay una cosa peor que un político profesional: un político no profesional. La política es un asunto muy serio que más vale dejar a la gente con capacidad, talento y experiencia. Supongo que hay situaciones extraordinarias en que los políticos profesionales son tan abusivos del poder que vale la pena correr el riesgo de votar por un no profesional para airear la vida pública de un país. No creo que sea el caso en Estados Unidos donde los profesionales siguen dando resultados razonablemente buenos. En todo caso serán los electores de esa nación los que decidan si votan por un advenedizo de la política como es Donald Trump o una política por antonomasia como es Hillary Clinton.

Lo cierto es que está dificilísimo que un amateur se lance a jugar con un profesional. Es como si cualquiera de nosotros se metiera a echarse una cascarita con Messi: nos haría pomada. Es lo que le está ocurriendo a Trump, quien corre el riesgo de perder por una goliza. Y es que enfrente tiene a tres politicazos: Bill Clinton, su esposa Hillary y Barack Obama. Un expresidente, una exsecretaria de Estado y un Presidente en funciones. Difícil cuantificar la experiencia de estos tres personajes en competencias electorales, pero vaya que es enorme.

La pareja Clinton es experta en, por un lado, defenderse de golpes arteros y, por el otro, en propinar leñazos letales. En el ya lejano 1991, el entonces gobernador de Arkansas anunció su intención de participar en la elección primaria del Partido Demócrata para la Presidencia de ese país. Era un joven carismático que tenía un gran problema: su gusto por las mujeres y las relaciones extramatrimoniales. En cuanto empezó a subir en las encuestas, sus adversarios comenzaron a atacarlo por este flanco. Se defendió con todo y con la ayuda de Hillary ganó la candidatura demócrata y se enfrentó a Bush padre. No era fácil ganarle a un Presidente en funciones, pero, gracias a una campaña eficaz en ataques contra el gobernante en turno, salió victorioso.

Durante los ochos años que estuvieron en la Casa Blanca, los Clinton fueron objeto de los peores ataques posibles. A dos años de gobernar, los demócratas perdieron las elecciones intermedias, gracias a la embestida del republicano Newt Gingrich. Clinton contrató, entonces, a un genio de la estrategia política, Dick Morris, para asegurar, dos años después, su reelección robándose la agenda de Gingrich. Luego vino el cuatrienio del escándalo de Monica Lewinsky y la durísima persecución del fiscal Kenneth Starr, quien llevó al Presidente a un juicio de impeachment que Clinton ganó. Todos estos años, a pesar de la infidelidad, Hillary apoyó a Bill para luego convertirse en senadora, precandidata a la Presidencia (que perdió frente a Obama) y secretaria de Estado.

Cuento toda esta historia para recordar el larguísimo colmillo político que tienen los Clinton. Saben que la política es descarnada, que el ganador tiene que dejar a su adversario muerto en el campo de batalla. Para atacarlo necesitan información comprometedora que tienen que ir administrando poco a poco en el tiempo. Lo están haciendo de manera brillante con Trump. Primero con el discurso del padre del capitán musulmán Humayun Khan en la Convención Demócrata que el amateur republicano no supo cómo contestar. Luego con la filtración de la declaración de impuestos de 1995 del magnate que reportaba una pérdida de casi mil millones de dólares que le habría permitido no pagar tributos en 18 años. Y ahora, a dos días del segundo debate, aparece un video en el que Trump, cual si fuera adolescente, presume cómo manosea a las mujeres. Pum, pum, pum. Tres golpes durísimos que tienen a Trump casi en la lona. Tres golpes bien puestos, bien administrados, propios de profesionales de la política.

Y todavía falta la operación de tierra. Aquí Hillary va a contar con la experiencia de Obama que, como buen político de Chicago, es experto en movilizar a las tropas demócratas el día de la elección. Así lo harán en los estados clave el 8 de noviembre. Seguramente en este ámbito también los profesionales arrasarán con el amateur.

El problema de Trump es que se metió con Sansón a las patadas. Ya estamos viendo las consecuencias. Una cosa es construir condominios y otra muy diferente, ganar elecciones. En este caso, qué bueno que los profesionales le estén pasando por arriba al amateur. Porque si como candidato ha resultado un fiasco, imaginémoslo como gobernante de la súper potencia.

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