Por Cecilia Soto
No es exageración afirmar que además de ser un gran día para las mujeres en Estados Unidos también lo es para las mujeres del planeta y por extensión para todos los hombres partidarios de la igualdad y que se regocijan por la apropiación de derechos y protagonismo que durante milenios y siglos fueron negados a mujeres y niñas.
La campaña estadunidense tiene dos terrenos: el propio del electorado de los Estados Unidos y el de la opinión pública mundial que la sigue ávidamente. Ésta última retroalimenta la campaña local: a pesar del chauvinismo que cultiva el candidato republicano Donald Trump, importa a muchos estadunidenses contar con un candidato o candidata admirado y respetado en el extranjero. Y viceversa a una importante mayoría de la opinión pública internacional importa que la Presidencia de Estados Unidos esté en manos, no tanto de republicanos o demócratas, sino de alguien con equilibrio, sanidad mental y madurez.
Para tener una idea del avance gigantesco que representa esta candidatura basta recordar que en el documento fundador de ese país, citado no miles sino millones de veces, en sus primeras líneas se afirma la convicción de que “todos los hombres han sido creados iguales”, hombres no en el sentido del género masculino sino en el bíblico de criaturas de Dios. Que este ser divino, cuya presencia permea toda la Constitución norteamericana, su moneda y es invocado en cada fin de discurso de todo presidente, dota a todo ser humano con su gracia y potencial de desarrollo. Y sin embargo, en los hechos, las minorías raciales y las mujeres han tenido que ganar palmo a palmo esa igualdad proclamada en el papel y negada en la realidad cotidiana.
La candidatura de Hillary Clinton tiene también un doble valor simbólico: primero, el de dar naturalidad para las jóvenes y niñas a lo que hoy nos parece extraordinario. Mientras yo —y seguramente muchas de mi generación— oía con un nudo en la garganta y los ojos húmedos por la emoción, el “sí, acepto la nominación del Partido Demócrata para la Presidencia de los Estados Unidos”, pronunciado por la candidata, para las más jóvenes seguramente fue algo más natural. ¿De qué techo de cristal hablan?, se preguntarían, ellas que entran por torrentes a las universidades, ganan premios académicos, fundan empresas, ganan alcaldías, dirigen periódicos, se casan, se divorcian, caminan en la pasarela de la moda e invierten en Wall Street, dirigen películas, ganan Oscares, dirigen orquestas y museos, son astronautas, pilotos comerciales y de guerra, tienen hijos o deciden no tenerlos, dirigen el Fondo Monetario Internacional, la Reserva Federal de Estados Unidos, ganan medallas olímpicas y cuánto más. El techo de cristal que a nosotros nos parecía de cristal templado de medio metro de grosor a ellas les parece una mica a la que fácilmente se puede hacer añicos. No, no es tan fácil, ni tan idealmente igualitario el medio en el que se mueven las jóvenes, pero siendo aceptado , como lo es ahora, el paradigma de la igualdad será más fácil hacerlo realidad. Pero la segunda ventaja de la candidatura de Hillary Rodham es su influencia internacional: el hecho de que se trata de la mayor potencia internacional le confiere un valor simbólico extraordinario.
Un ejemplo de ello es el famoso dicho pronunciado por Hillary Clinton en la Cuarta Conferencia Internacional de las Mujeres, en Pekín, en septiembre de 1995: “Los derechos de las mujeres son derechos humanos y los derechos humanos son derechos de las mujeres”. Esa formulación proviene de la Declaración de la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos, celebrada en Viena en junio de 1993. En su apartado 18, la Declaración plantea: “Los derechos humanos de la mujer y de la niña son parte inalienable e indivisible de los derechos humanos universales”. Pero lo que le dio proyección mundial a esta formulación dos años después fue el hecho de que la esposa del entonces presidente de los Estados Unidos, Hillary Clinton, la hiciera suya. La decisión de que ella encabezara la delegación norteamericana a la Cuarta Conferencia Internacional de las Mujeres, organizada por la ONU, mostraba el compromiso de ese gobierno con el avance de las mujeres.
Otro ejemplo de este valor simbólico, es que cuando Hillary fue nombrada secretaria de Estado, oportunistamente o no, por lo menos 25 países nombraron mujeres embajadoras ante los Estados Unidos. Hillary Clinton no es sólo una política experimentada es una convencida feminista que por donde ha pasado ha abierto oportunidades y vías para el avance de las mujeres. Felicidades a ella y a todas. Nos vemos en Twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx