Bitácora, por: Pascal Beltrán del Río.
A casi un año de las elecciones presidenciales y
legislativas federales, existen muchas incógnitas sobre cómo pintará el próximo
sexenio en materia política.
No podría ser de otra manera, pues aún estamos a
varios meses –cinco o más– de que los partidos definan a sus candidatos para el
Ejecutivo.
Además, el resultado de la elección de gobernador en
el Estado de México seguramente incidirá en las decisiones que tomen el
oficialismo y la oposición, por lo que es importante esperarlo antes que hacer
pronósticos.
Sin embargo, ya hay algo que no cambiará más allá de
los nombres que aparezcan en la boleta de los comicios presidenciales: son
irrepetibles las condiciones en las que llegó al poder el actual mandatario,
así como su estilo personal de gobernar.
Por eso, se llame como se llame el próximo presidente
o presidenta, el país tendrá un escenario político totalmente nuevo, aunque, al
mismo tiempo, no habrá forma de escapar a algunos de los cambios que le ha
impreso Andrés Manuel López Obrador durante su mandato.
El oficialismo sostiene que durante el periodo
2024-2030 se dará la “continuidad” de la autodenominada Cuarta Transformación,
mientras que para la oposición será un tiempo para el “rescate del país”.
Lo más seguro es que no sea una cosa ni otra. Hay
aspectos que han sido modificados para siempre. Por ejemplo, la comunicación
del Ejecutivo. Más allá de que no necesariamente habrá mañaneras el próximo
sexenio, quien suceda a López Obrador difícilmente podrá evitar un contacto
directo frecuente con los medios. Asimismo, no será fácil que viva en un lugar
distinto que Palacio Nacional.
Otra herencia indeleble es la revocación del mandato.
Desde 1932, ningún presidente ha dejado inconcluso su periodo. A partir de
2028, cuando vuelva a existir la posibilidad de consultar a la ciudadanía para
decidir si el Ejecutivo sigue en su cargo, es posible que en algún momento
volvamos a tener un periodo presidencial inconcluso. Eso implica que los
siguientes mandatarios tendrán que gobernar pensando en ello.
Eso nos lleva a las diferencias de estilo y colmillo
político de López Obrador y quien lo suceda. El tabasqueño pudo promover la
inclusión de la revocación en la Carta Magna sin temer a ser víctima de ella.
Es más, la usó a su favor, como una ratificación del mandato. Sus sucesores no
tendrán tanta suerte.
¿Por qué? Porque ninguno de ellos será López Obrador.
Lo digo en el sentido de que ninguno –en el futuro previsible– tendrá las
habilidades políticas de él. Por ejemplo, ninguno podrá usar una conferencia de
prensa para señalar a sus adversarios como lo hace el Presidente, sin pagar las
consecuencias, o para decir, como hizo él ayer, que la Suprema Corte le quiere
dar un “golpe de Estado técnico”.
Aun si proviene de la 4T, el próximo presidente o
presidenta seguramente tendrá que gobernar sin el apoyo en el Congreso del que
ha gozado López Obrador. Y si en realidad quiere ejercer el mando, se verá
obligado u obligada a distanciarse o incluso a romper con el expresidente
–porque tal es la tradición política mexicana en la historia moderna–, a menos
que se quiera convertir en su rehén. Por ello no podrá esperar que él lo (la)
ayude a gobernar.
En suma, hay una serie de incógnitas que se resolverán
en los próximos meses, pero también una certeza: el lopezobradorismo no es
replicable.
DESCANSO
El avance electoral de Vox, partido de extrema derecha
en España, no se entendería sin la polarización de la sociedad que practicó
Podemos, socio del PSOE de Pedro Sánchez en el gobierno español, condenado a la
extinción por los votantes en los comicios regionales del domingo. Eso es lo
que pasa con los radicalismos: se dan cuerda unos a otros.