Por: Jorge Valladares Sánchez *
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Empiezo por el final: la propuesta es CONVERSAR. Esa es una vía positiva, muy humana, ciudadana y potencialmente armónica para entendernos. Saber si nos importa lo mismo, decidir si queremos hacer algo en colaboración y asegurarnos de que lo que hagamos vaya en el sentido deseado o mejorar la ruta en caso necesario. Así en las cosas públicas, como en las laborales, familiares y, en general, relacionales.
Tendemos a asumir que conversar es sinónimo de muchos otros verbos y que lo hacemos mucho y en general bien. Podemos confundirlo con hablar, platicar, opinar; lo confundimos con el monólogo o con el diálogo o incluso el debate. Esta palabra tiene un origen más rico, más dinámico, y se refiere a que dos o más personas o colectivos que tienen posturas propias se reúnen, más de una vez, a intercambiar hasta el grado de hacer que versen, es decir, que giren, que se acomoden los planteamientos, y aquello que se comparte finalmente arribe a algo más; que, por supuesto, considera a los planteamientos y los integra o crea incluso uno nuevo.
Hablar es simplemente emitir palabras, platicar es hacerlo sobre algo elemental, opinar implica juzgar o valorar respecto a algo. Y podemos realizar cualquiera de esas acciones participando una persona en un monólogo, o más de una en un diálogo. En este segundo caso podemos pretender informar (enterar de algo), exponer (poner a la vista) convenir (ponerse de acuerdo), discrepar (manifestar desacuerdo, diferenciarse), debatir (discutir con opiniones diferentes) o convencer (mover con razones para un cambio).
Conversar puede partir de cualquiera de esas intenciones, pero el ingrediente esencial es la mesa, es decir, el espacio y tiempo en el que se habrá de iniciar y mantener una relación, de la profundidad que sea, pero para llegar a esa articulación en lo que se está conversando. No hay manera de que conversar se confunda con una exposición (ilustrada o torpe) unilateral o múltiple, una conferencia (brillante o sosa, pasiva o dinámica), y menos con una ronda de desahogos en cualquier tonalidad que se presente y por pacientes y tolerantes que sean quienes participen. La repetición o intercambio de frases populares, por muchos likes que acumulen, tampoco label.
La forma de saber si tenemos o tuvimos una conversación es, entonces, si se creó un vínculo nuevo o la claridad de que estamos en algo, si el tema atendido fue el mismo por parte de quienes participaron (pueden ser las distintas aristas, pero hablando de lo mismo) y, en particular, si al cabo de los intercambios se aprecia que lo vertido en la conversación va integrando elementos en el proceso.
Conversar puede llevar a cabo resultados deseados, que pasan por una ruta no estricta, pero sí necesaria, de compartir, saber, contrastar, confirmar, proponer, retroalimentar y confirmar. También puede llevar a saber que no nos interesa lo mismo o que las posturas no son compatibles y por lo tanto no derivar en hacer algo juntos, pero sí en la claridad de las distintas posturas, sus motivos y sus disposiciones.
Nuestra educación nos encauza de qué, cuánto, cómo y dónde hablar. Nuestra preparación y experiencias nos fortalecen las habilidades para usar distintas modalidades. Nuestra personalidad y actitudes seleccionan nuestras formas habituales de expresarnos. La ley nos da pista para expresar opiniones si así queremos hacerlo. Nuestros conocimientos o recursos tecnológicos nos dan contenido de mayor o menor calidad para tener de qué hablar. Pero son nuestros intereses, disposiciones y voluntad los que nos acercan o alejan de conversar. Si tenemos el mismo interés, estamos en la disposición y decidimos hacerlo, podemos establecer o participar de una conversación que realmente nos fortaleza ese sentido tan rico de humanidad, comunidad y trascendencia que nos caracteriza, pero usamos poco.
Vemos con demasiada frecuencia el espacio público saturado de posturas de personas dedicadas a la política o, aún, de gobernantes o representantes peor expresando opiniones o queriendo convencernos de que sus intenciones o ideologías son las adecuadas. La labor por la que le pagamos a los / as segundos, y que tanto aspiran los / as restantes entre las primeras, es para administrar y resolver con eficacia; informarnos de todo lo público, convenir a favor de los intereses colectivos y convencer a quienes obstruyen el bien común. No les pagamos para opinar, ni para debatir, ni para discrepar; estas tres acciones son válidas en campaña, sirven para convencernos de darles el puesto a través del voto, pero ya en el ejercicio público no es ejercicio de libertad de expresión hablar de lo que quieran, eso sólo aplica en el ámbito personal, ciudadano.
En cambio, cualquier ciudadano / a puede expresar lo que opine respecto a quienes gobiernan y nos represent, si decide ocupar su tiempo en ello. Y la autoridad no debe usar su tiempo en juzgar ni contestar lo que no se le pide o pregunta. Pero, vemos también con demasiada frecuencia que confundimos ese opinar con hacer publicaciones en redes electrónicas o expresar en figuritas lo que creemos representar nuestro pensar o sentir. El asunto es que eso no afecta ni ordena a quienes tienen obligación de tomar nuestra percepción para representarnos o analizar nuestras necesidades para administrar correctamente lo que ponemos en sus manos.
Para ambos casos, la propuesta es conversar. Si queremos solucionar un asunto que sí nos importa y que es público, conversemos para hallar nuestras coincidencias de intereses, establecer una vía que nos lleve a mejores formas de exigencia o colaboración y mantengamos ese lazo hasta lograr lo que queremos, como vecinos, como ciudadanos o como solicitantes de algún servicio en particular. Aunque sea válido, popular, saludable y divertido, repetir memes o frases, dar likes a publicaciones, insultar o incluso argumentar en redes no es la vía para movilizar a quienes empleamos para los temas públicos. Pero conversando estoy seguro que hallaremos más de una vía correcta y efectiva.
Quien tenga oídos: oiga; ojos: lea; quien quiera que se escucha su voz: hable; y quien guste sumar capacidades para hacer que algo que nos interesa en común suceda: conversemos…