Por: Aida Maria Lopez Sosa.
“Ciertos aspectos
perversos constituyencomponentes de la
vida sexual queraramente faltan
en las personas sanas”.Sigmund
Freud
El
erotismo nos define como humanos, va más allá del acto sexual que observamos en
otros seres vivos como parte de la procreación; necesario para darle sabor a la
relación de pareja. Trasciende los órganos sexuales, de ahí que se conciba el
sexo en los genitales y el erotismo en el cerebro. Las prácticas amatorias y
sus matices, es uno de los discursos narrativos del arte universal.
La
sensación que produce el “Bolero” de Maurice Ravel, mirar “El origen del mundo”
de Gustave Courbet, o escuchar la pasión en E
lucevan le stelle de Giacomo Puccini de la ópera “Tosca”: “…mientras yo tembloroso, sus bellas
formas liberaba de los velos…”, son
inspiración sensual. Censurados o admirados, lo cierto es que el arte no ha
contenido sus expresiones eróticas, desplegando opiniones encontradas que no
impiden su manifestación más allá de las cuestiones éticas y morales.
Desde
el jardín del Edén el erotismo está simbolizado con la manzana roja que Eva le
da a morder a Adán, continúa con “El cantar de los cantares” de Salomón -uno de
los libros del Antiguo Testamento-, pasando por los medievales “El Decamerón”
(1351-1353) de Giovanni Boccaccio
(1313-1375) y “Los cuentos de Canterbury” (1387-1400) de Geoffrey Chaucer
(1343-1400), llegando hasta la actualidad con un conglomerado sustancial y
digno de análisis. Como veremos, el tópico ha sido abordado a través de los
diferentes géneros literarios por escritores de todos los tiempos y
nacionalidades.
La
vista es el sentido que nos posibilita el voyerismo, pero también es
indispensable para leer del erotismo. Las palabras tácitas o explicitas sacuden
la imaginación con la “Respuesta de don Tomás de Iriarte a una dama que le
preguntó qué era lo mejor que hallaba en su cuerpo”, ni se le hubiera ocurrido
a la mujer hacer semejante cuestionamiento al español para oír tal revelación:
“…juro que nada en tu persona he visto/ como el culo que tienes, soberano/
grande, redondo, grueso, limpio, listo;/…” [Fragmento del soneto de Tomás
Iriarte (1750-1791)].
El
escritor yucateco Juan García Ponce (1932-2003) llevó el erotismo a través del
voyeurismo felino: “Pero también cuando estaba de frente, dejando ver sus
pechos pequeños con sus vivos pezones y la rica extensión plana del vientre, en
el que apenas se sugería el ombligo, y
la zona oscura del sexo entre las piernas abiertas…” (Fragmento de la
novela El gato).
El
peruano Mario Vargas Llosa (1936) en “Elogio de la madrasta” (Tusquets, 1988) aclara
que lo que más le enorgullece de su reino es “la grupa de Lucrecia, mi mujer.
Digo y repito: grupa. No trasero, ni culo, ni nalgas, ni posaderas, sino grupa.
Porque cuando yo la cabalgo la sensación que me embarga es esa: la de estar
sobre la yegua musculosa y aterciopelada, puro nervio y docilidad”.
El
japonés Shuntaro Tanikawa (1931) en su poema “El beso”, sutilmente poetiza la
sensación del contacto: “Me pregunto qué pretendía asegurar; / la ternura que regresa
de un largo viaje. / Palabras perdidas
en un silencio expiado, / ahora apenas respiras. /”. (Fragmento)
El
escritor checo Milan Kundera (1929) en “El falso autoestop” (1968) cuenta las
aventuras de los amantes en su primer día de vacaciones: “Pero el joven estaba
satisfecho con la figura desnuda que se elevaba por encima de él y cuya
avergonzada inseguridad no hacía más que incrementar su autoritarismo. Deseaba
ver aquel cuerpo en todas en todas las posturas y desde todos los ángulos…”.
(Fragmento)
El
colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) en su novela “El amor en los
tiempos del cólera” (1985) escribe: “Fue en la primera noche de buena mar, ya
en la cama, pero todavía vestidos, cuando él inició las primeras caricias…el
doctor Urbino siguió hablando muy despacio, mientras se iba apoderando
milímetro a milímetro de la confianza de su piel…húmeda todavía de un rocío
tierno…se humedeció en la lengua la yema del cordial y le tocó apenas el pezón
desprevenido…”. (Fragmento)
Si
al Marqués de Sade (1740-1814, Francia) debemos el término: sadismo a Leopold
von Sacher-Masoch (1836-1895, Ucrania) debemos el de: masoquismo. Dos conceptos
que unidos siguen siendo blanco de estudio de sexólogos, psicólogos y
terapeutas, pero que la literatura aborda para deleite de los lectores. Sade en
“Las 120 jornadas de Sodoma o la escuela del libertinaje”, relata 120 días de
desenfreno por parte de los poderes franceses (juez, eclesiástico, aristócrata
y banquero). Leopold en “La venus de las pieles” (1870) –su obra más notable-, dedica sus letras al amor: “Recházame entonces
con el pie, si te has cansado de mí. Quiero ser tu esclavo”.
El
tema no se agota ni los escritores plasmando las expresiones del erotismo en su
obra. El erotismo es el “Kama Sutra” en “Las mil y una noches”. Es la “Historia
de mi vida” “Antes de acostarse” con “La giganta” “Teleny”, una de “Las tres
hijas de su madre” en “La casa de las bellas durmientes”. El erotismo son las
“Tierras del sinfín” de “La bestia rosa”.