Editorial La Revista Peninsular
Los jóvenes no se acordarán, pero hace relativamente poco tiempo se le tenía la misma estima a los profesores de preescolar, primaria, secundaria, o bachillerato, que la que se le tiene a los médicos, y es que hay algunas profesiones a las que se les distingue del resto por la confianza que se debe depositar en quienes la ejercen. A los arquitectos se les distingue, por ejemplo, porque las personas confían en ellos para la construcción de un hogar, a los abogados se les confía la defensa de los derechos y, en algunas ocasiones, la libertad, y a los médicos se les confía la vida. Así, podríamos seguir enlistando a este tipo de profesionistas, como contadores, pilotos, o bomberos, pero en esta lista no figurarían los profesores, ya que a pesar de que a ellos se les confía la educación de la juventud, la reputación de la profesión se ha desvirtuado en los últimos años.
Hago esta observación y comparación porque debido a la actual crisis de salud, es evidente que los médicos están camino al mismo destino.
Uno de los factores que deterioraron la imagen de los maestros fue la disminución del nivel de exigencia en el proceso de formación de docentes. Debido a esta laxidad en el sistema de formación, los maestros dejaron de ser vistos como profesionistas competentes y perdieron el respeto que habían consolidado ante la sociedad.
Hace unas semanas, nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, presentó un proyecto que consiste en la creación de universidades especializadas en la formación de médicos, y la idea fue duramente criticada por los expertos en la materia, ya que consideraron que el plan de estudios que habría de impartirse en éstos planteles era insuficiente. El presidente dijo que era necesario disminuir los niveles de exigencia para facilitar que se gradúen médicos porque no hay suficientes en el país, según sus datos.
Otro factor importante en el caso de los maestros fue la reducción de salarios. Cuando las personas tienen problemas económicos, tienen poco tiempo para reflexionar, y reflexionar es indispensable para enseñar; claramente, esto afectó la calidad de educación impartida. Aún más, los sindicatos adquirieron suficiente poder para lograr la permanencia de sus afiliados en sus puestos, independientemente de su desempeño. Entonces, tenemos a maestros sin incentivo para enseñar, preocupados en mil cosas antes que en la educación de sus alumnos, y que no pueden ser removidos de su puesto en casos de incompetencia por la protección del sindicato.
En estos tiempos, es claro que estudiar medicina ya no es certeza de seguridad económica como lo fue algún día, y lo podemos ver en los jóvenes que salen de las academias de medicina y se ven en la necesidad de dar consultas en microclínicas, ganando salarios mínimos, debido a la falta de espacios en hospitales públicos y privados. Cabe mencionar que, si bien los sindicatos de salud tienen considerable poder, no se han politizado al nivel de los de educación, pero no sería sorpresa que en el futuro cercano se politicen ante la necesidad de cerrar filas a favor o en contra de las nuevas disposiciones en salud federal, dependerá de los objetivos de quien patrocine los esfuerzos.
La disminución de salarios significa que al gobierno le faltan recursos para poder llevar a cabo sus funciones. En educación, además de en los salarios, se refleja en la falta de instancias para canalizar a los niños en estado de vulnerabilidad, en el estado de las escuelas, y en la calidad de los materiales que se reparten, por mencionar algunos puntos, pero en el sector salud las carencias se resienten de manera más severa; desde que se usa una misma aguja en más de una persona para vacunas, hasta que niños con cáncer no pueden recibir sus tratamientos de quimioterapia, son las historias de horror que se escuchan por la falta de recursos en el sector salud.
Como observadores, solo podemos imaginarnos la frustración y el desgaste emocional que conlleva el estar al pie del cañón todos los días en los hospitales públicos, y ver cómo la gente se muere en tus manos por no tener las herramientas para poder salvarlos.
Por otro lado, hay que mencionar que la potencial decadencia de la carrera médica no sería propiciada exclusivamente por factores externos, ya que los mismos doctores han contribuido a este deterioro. Como dije antes, la medicina se encuentra entre las profesiones con mayor reconocimiento en nuestra sociedad, y por esto se ha desarrollado una cultura de pertenencia entre los médicos. Así, los doctores más experimentados esperan ciertas conductas de sus colegas novatos, y se conducen (los experimentados) como se conduciría alguien que ha sido elogiado constantemente por años por la profesión que eligió. Estos comportamientos benefician a la medicina en algunas cosas pero la perjudican en otras; la benefician al promover que los médicos se preparen constantemente por el prestigio que conlleva entre sus colegas, pero la perjudican al propiciar que los doctores se conduzcan con soberbia, lo que es peligroso al tratar con vidas.
Seguro se habrán dado cuenta de la cantidad de noticias sobre casos de negligencia médica ocasionados por doctores de “renombre”; notarán que un factor común en estos casos es que el médico comete un error y se niega a admitirlo, y por lo tanto a repararlo. Muchas veces teniendo un desenlace fatal como fue el sonado caso de Mauricio, mismo que se tocó la semana pasada en nuestras páginas. Desgraciadamente, para algunos doctores pesa más el prestigio que han construido alrededor de su apellido que la integridad de sus pacientes.
El debilitamiento de la figura del maestro en la sociedad dejó como consecuencias a ciudadanos fundamentalmente ignorantes, con problemas de analfabetismo e intolerantes, y a una sociedad susceptible a desestabilizarse por intereses políticos del sindicato. Hay que hacer conciencia sobre el deterioro de la profesión del maestro, pues hay indicios para suponer que pasará lo mismo con los doctores, pero en este caso la consecuencia será que los hospitales del país se llenarán de muertos y muchas veces por negligencia, luego entonces cometiendo un presunto delito.