Matar o morir… ¿No hay opción para los niños de Guerrero?

Editorial La Revista Peninsular
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Pocas cosas evocan tanta indignación como la idea de la muerte de un niño; es incómodo y censurable hablar sobre el tema, ya que el escenario atenta contra la dignidad humana.

Jojo Rabbit es de las películas más completas en las carteleras de cines al momento, con múltiples nominaciones y premios en festivales alrededor del mundo. Se desarrolla durante la caída del régimen de Adolfo Hitler en Alemania, desde la perspectiva Jojo, un niño nazi de diez años de edad.

Siendo vago para no arruinarles la experiencia, vale la pena destacar las escenas en las que los niños interactúan con armas por formar parte de los grupos juveniles de adoctrinamiento en ideología nazi, que a finales de la Segunda Guerra Mundial fueron utilizados para instruir a niños en el ejercicio militar, para ser reclutados ante la escasez de tropas alemanas. Sin duda, Taika Waititi, director de la película, hace un trabajo extraordinario al conmover al público ilustrando la fragilidad de la mortalidad infantil en un contexto bélico, dentro del género de la tragicomedia cinematográfica.

Me pregunté por qué me afligieron tanto las escenas de niños armados buscando muerte, dada o recibida, si la imagen pura de las escenas, niños con armas, no me es ajena en lo absoluto.

Desde que yo era niño, jugar con armas falsas de plástico o madera era de lo más común. También, innumerables veces cacé latas de aluminio, y uno que otro pájaro distraído, con un rifle de balines mientras jugaba con mis amigos. Conforme pasaban los años, aumentaba la calidad de estos juguetes por lo que parecían más reales, y su uso entre los niños se mantenía, si no es que aumentaba; sin embargo, observar a niños jugar con réplicas no despertó en mí lo que sí hizo la película.

Recordé qué lo que sí me hizo sentir la misma repulsión, fue la imagen que se difundió en medios y redes hace unos días en la que se puede ver a un niño mexicano acostado en el piso apuntando con un rifle.

Debido a la histórica crisis de violencia, los grupos de civiles armados en Guerrero se han visto en la necesidad de adiestrar a sus niños de entre seis y quince años en el manejo de armas para que se puedan proteger a sí mismos, y proteger a su comunidad. Es fácil señalar a los padres o tutores, y recriminarles el enseñar a matar a sus niños, pero la justificación que estos mexicanos dan es lógica y trágica.

Ante la débil estrategia de seguridad por parte del gobierno, el narcotráfico ha respondido con crueldad hacia la población, y últimamente los asesinatos a niños son más frecuentes. La única manera en que los padres pueden garantizar, tan solo un poco, la seguridad de sus hijos, de acuerdo al contexto al que están atados, es enseñarles a poder defenderse.

Estos niños mexicanos se están criando para matar o morir.

No estoy diciendo que ver a niños jugar con armas de juguete no tiene nada de malo porque no apela a mi capacidad de indignación, lo que estoy diciendo es que es importante señalar que el contexto en que se dan las imágenes es determinante para identificar si nos sentimos ofendidos.

En el ejemplo en concreto, ver a un niño jugar con arma de plástico no indigna lo mismo que ver la foto de un niño marchando con un rifle, probablemente también falso, pero camino a una guerra; esto significa que lo que despierta la indignación no son las armas en sí, sino el escenario potencial de que un niño muera.

Cuando veamos a un niño jugar con un arma de juguete, debemos ser conscientes del impacto que esto puede tener en él y su concepción de la violencia para tomar decisiones adecuadas sobre su formación, pero igual debemos ser conscientes del impacto que puede tener en nosotros, y procurar mantenernos susceptibles al tema, ya que el grave escenario de inseguridad en el que estamos inmersos pudiese propiciar que nos desensibilicemos, y que se normalice ver a niños armados.

Todos somos responsables de este problema pues es una consecuencia de la descomposición del tejido social, por eso debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad comunitaria para actuar conforme a ésta, y exigir estrategias de seguridad contundentes y fundamentadas para reparar el daño que se le está haciendo a las nuevas generaciones, porque no puede ser que la infancia mexicana nazca para ser asesinada.

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