Siete novias para siete hermanos

David Moreno
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Entretenimiento, por David Moreno

“Siete Novias para Siete Hermanos” es una de mis películas favoritas de toda la vida. Sin temor a equivocarme creo que es uno de los mejores musicales de todos los tiempos, quizá solo por debajo de “Cantando Bajo la Lluvia en términos de trascendencia dentro del género. Ambos filmes fueron dirigidos por uno de los grandes, y poco reconocidos, genios del cine mundial: Stanley Donen, un director que poseía una enorme cantidad de sabiduría cinematográfica la cual vertía en cada uno de sus proyectos para dejarnos un fabuloso legado y una inolvidable serie de lecciones de como filmar números musicales e integrarlos a la narración de una manera coherente, visualmente espectacular y con gran coherencia.

La película fue filmada en 1954 y estrenada en nuestro país un año después. Y a sesenta y cinco años de su filmación sigue siendo ágil, divertida y entrañable. Sin embargo no puedo dejar de pensar que para muchos la manera de manejar su temática difícilmente ha podido resistir el paso del tiempo. Me explico: la película se sitúa un pequeño poblado de Oregon, en la época a la que Hollywood ha denominado como la del “lejano Oeste” (de hecho toma muchos elementos estéticos y visuales propios del Western). Narra la historia de 7 hermanos ermitaños que viven aislados en la montaña. Un día el mayor de ellos baja al pueblo con un solo objetivo: conseguir una esposa. Adam Pontipee se pasea por las calles de la comunidad cantando y midiendo quien podría ser su futura cónyuge con base en atributos físicos – tiene que ser fuerte para resistir la vida en la montaña – y la capacidad de poder batallar con un hogar en el que vive con sus 6 salvajes hermanos. Es decir, lo que Adam realmente busca es una esposa que a su vez sea su sirvienta. Por supuesto la encontrará en la bella Milly a quien oculta que no vive solo sino que es parte de una familia de bárbaros. Sin embargo Milly logrará “educar” a los muchachos para que también salgan del nido en la búsqueda de sus respectivas parejas.

El problema es que en el pequeño pueblo en donde se desarrolla la acción hay más hombres que mujeres por lo que una vez que los Pontipees encuentran a sus futuras esposas, tendrán que batallar con otros caballeros por el amor de las chicas. La solución que encuentran es para ellos la más sencilla: deciden secuestrarlas y llevárselas a la montaña bloqueando el único paso a la misma al provocar un alud de nieve para así evitar que sus familiares y los otros pretendientes puedan rescatarlas. Obviamente lo que sucede es una especie de síndrome de Estocolmo y las secuestradas terminarán enamoradas de sus captores.

Mientras escribía el párrafo anterior me iba dando cuenta de lo terrible que suena la trama si la pasamos por el filtro de los tiempos actuales. Estamos ante una película que vista a través de nuestros modernos ojos lo que hace, tal vez de una manera inocente, es una apología de la violencia de género. Lo que me lleva a cuestionarme: ¿debe dejar de ser una de mis películas favoritas?, ¿debo dejar de verla y de recomendarla como una de los mejores musicales, como un filme que hay que mirar si se quiere aprender sobre la historia del cine? Mi respuesta es no.

La razón es simple: tenemos que entender una obra en función del contexto en la que fue producida. En 1954 lo que hoy entendemos como violencia de género era algo prácticamente inexistente. Por la mente de creadores, actores, actrices y directores no pasaba ni por un momento que estaban haciendo algo negativo al presentar los roles de género como lo hacían. Eran otros tiempos y soy de los que piensan que no podemos exigir a las producciones del pasado lo que sí podemos hacer con las del presente. Me aterraría pensar que alguien pidiera que ésta u otras películas, libros o cualquier otro tipo de creaciones artísticas que fueron producidas en el pasado sean censuradas en el presente por la manera como tratan las cuestiones de género, estaríamos entonces ante la incomprensión del hecho de que toda obra artística es una representación del tiempo en el que fue producida. Negar su exhibición o difusión sería tan retrógrada como exaltar como perennes los valores y las representaciones que estos trabajos sostenían.

Por el contrario con los avances que hemos tenido como sociedad – aunque aún nos hace falta mucho por recorrer – es muy importante el ver lo que los artistas del pasado producían para entender mejor como hemos llegado a un punto en el que los derechos nos van haciendo más conscientes del papel que mujeres y hombres debemos jugar para avanzar. Filmes como Siete Novias Para Siete Hermanos pueden disfrutarse aún más si esa conciencia se conjuga con el acto lúdico de mirar una película llena de atributos visuales, sonoros y estéticos que la hacen entrar en la categoría de obra de arte. El resultado de tal combinación quizá arroje a un espectador más crítico pero al mismo tiempo capaz de dejarse llevar por algo que el cine aún no ha perdido: su magia.

David Moreno
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